El pasado jueves, en una esplendorosa tarde de primavera, la ría de Bilbao fue escenario de una maravillosa cita entre la afición rojiblanca y los leones que pasearon la copa del Rey por los 14 kilómetros de ría ocupada en sus dos márgenes por miles de ciudadanos que los medios cifraron en un millón. Las imágenes han dado la vuelta al mundo y como lo dijera el presidente del Athletic, hasta la CNN se ha apuntado a resaltar una información deportiva que ha paseado el nombre y colores de un histórico equipo de fútbol por las cuatro esquinas del mundo mundial. Un pueblo enloquecido por el triunfo de sus colores, en un hecho histórico sin precedentes cuarenta años atrás. Un encuentro apoteósico que mostró el ejemplar comportamiento durante tres horas de espectáculo de jugadores y pueblo soberano, inasequible al cansancio canoro de los protagonistas de una jornada que quedará grabada en la memoria del personal. Memoria apasionada de una pertenencia y unos sentimientos propios e inalterados. El encuentro entre Iker Muniain y el resto de sus compañeros fue una fuente impagable de entretenimiento. El jugador convertido en artista del espectáculo manejó a sus compañeros que rugían y a los apasionados aficionados en una concatenación de sentimientos de pertenencia e identidad. El bravo navarro supo enganchar a unos y otros en un ejercicio de conversación pública, de emocionada entrega colectiva en una tarde de temblores, sueños cumplidos, lloros apasionados, cantos y sentimientos de ser algo más que un club. Miles de fotografías, de tomas audiovisuales con los aparatos de la nueva tecnología dejarán grabados los alientos personales y colectivos de un millón de personas que hicieron de la ría un paseo de eternidad.