Hay muertos de primera, y de los otros. Eso lo damos por descontado. Más de 33.000 fallecidos después –civiles asesinados, muchos de ellos niños, incluidos– y otros 200 cooperantes caídos, ha tenido que ser un ataque contra el convoy de una ONG tan meritoria y necesaria como mediática como la dirigida por el chef internacional José Andrés (WCK), con el terrible balance de siete muertos, el que haya obligado a Israel a reaccionar con la destitución de dos comandantes de su ejército. Chivos expiatorios a los que achaca “graves errores”. O sea, lo que significa que los demás no eran errores.