El privilegio que me da esta columna que escribo cada sábado hoy me permite despedirme de una persona especial por todo lo alto. Con todos los honores, como se merece. Un agur para alguien que ya llegó a este mundo siendo diferente y que se ha marchado logrando que todas y todos los que hemos podido conocerle seamos hoy también diferentes. Se trata de un éxito nada desdeñable tanto en cuanto formamos parte de una sociedad que ofrece mucho calor a las causas lejanas -por aquello quizás de que cuantos más kilómetros menos implicación- pero demasiado frío en ocasiones a las cercanas. Claro que en el caso de Ibon Ascenzo Domaica ha sido imposible no sucumbir a sus valores, forjados en la lucha diaria contra la enfermedad. Ejemplo de superación y valentía, con tiempo para una sonrisa ante la adversidad y los malos momentos deja en los demás muestras de solidaridad, amor infinito, implicación, entrega, familia. Todo ello sembrado y cosechado en tan solo dieciséis meses. Casi nada. Durante tu despedida, valientes como pocos tu ama y tu aita agradecieron el apoyo recibido durante tu corta vida. Sin embargo, somos el resto quienes debemos dar las gracias, a ellos y a tí pequeño Ibon, porque somos mejores personas gracias a tu paso por nuestra vida. Nos hemos convertido en los animales del bosque que ilustran el Árbol de los recuerdos del precioso libro de Britta Teckentrup. Un árbol que nace para recordar al amigo Zorro que se ha ido y que crece a medida de que quienes le conocieron, aunque tristes por su marcha, comparten diferentes momentos vividos con él. “Y, así, Zorro vivió para siempre en sus corazones”. Sea pues esta columna una de mis muchas contribuciones para que tu recuerdo esté siempre presente. Gracias por todo Ibon. Has sido y serás ya para siempre un precioso regalo. Goian Bego eta Ohore.