Como diría Blas de Otero, Agustín Ibarrola era un artista fieramente humano. Comprometido con el arte en toda su dimensión y con las personas, con la sociedad, con Euskadi. A su manera, como todos. Contra lo que pudiera parecer, no hubiese querido figurar nunca en primera, segunda o tercera fila de cuestiones que no tenían que ver con el arte, pero, muy a su pesar, es recordado también por esas luchas. Quería ser conocido por su obra, no por sus opiniones. Y sí, se puede discrepar de sus posiciones ideológicas y admirar sus creaciones, sentirlas, vibrar con ellas. Agur eta ohore, Agustín Ibarrola.
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