Qué pena me da, qué pena me da, que la madre de Abascal no pudiera abortar. Lo canta un grupo de chicas veinteañeras durante la manifestación del 8-M mientras les graba con una sonrisa la secretaria de Estado para la Igualdad, Ángela Rodríguez. Quien ya se hiciera famosa, por otra parte, hace unas semanas por intentar hacer una especie de gracieta con la siguiente frase: “De los creadores de las personas van a ir al registro para cambiarse de sexo todas las mañanas, llega los violadores a la calle, oleadas” para ironizar, sin ningún éxito, sobre el cuestionamiento a la ley del solo sí es sí tras la rebaja de condenas a cientos de agresores sexuales. Cómo mancha a la causa del 8-M salidas de tono injustificadas e injustificables de este tipo. Y qué alas le da, lamentablemente, al machismo que tanto cuesta combatir y, en especial, a la ultraderecha. ¿Se imaginan la situación al revés? ¿Que alguien cantara qué pena que la madre de Irene Montero no pudiera abortar mientras lo graba alguien del PP y lo sube a redes sociales? ¿Qué diríamos entonces? Desconozco en qué momento se pierde la noción de lo moralmente responsable y ético para sacarse del bolsillo el teléfono, grabar un vídeo y compartirlo cual proeza a través de internet. La madre de Santiago Abascal no es Santiago Abascal. No milita en política ni ha salido al foco mediático por ninguna causa. Ni siquiera, que yo recuerde, cuando fue víctima del terrorismo y su tienda de ropa en Amurrio fue quemada con cócteles molotov y después apedreada. Sin duda, lo ignora Ángela Rodríguez, lo que es inadmisible. Para rematar el asunto, la máxima mandataria de la Igualdad española se defiende diciendo que las críticas al vídeo son por desconocimiento de las cosas que se cantan en las concentraciones feministas. Remate y gol. Reitero. Qué daño gratuito para la causa y cuánto beneficio para el enemigo. Puro desasosiego.