AL cumplirse el primer aniversario de Gaizka Garitano en el banquillo del Athletic se percibe una sensación de bienestar, un airecillo agradable que recorre todos los estamentos de la entidad. Desde el vestuario hasta la calle, pasando por Ibaigane y las redacciones de los medios. Increíblemente, hasta en las redes sociales, ese avispero imposible de controlar, obtiene el visto bueno generalizado el trabajo realizado bajo la dirección del entrenador.

Es muy difícil conseguir semejante unanimidad, sea para adherirse a un proyecto o para desmarcarse del mismo, pero en este caso los números mandan y de qué manera. La apabullante cascada de registros en clave positiva, varios de récord, minimizan las críticas que pudieran surgir hasta prácticamente borrarlas. El equipo todavía puede crecer, hay déficits perfectamente localizados en su funcionamiento, sin embargo no procede incidir en los mismos porque el contrapeso de lo positivo se impone con nitidez en el balance.

“Nos falta claridad arriba”, “faltan más aportaciones de cara al gol”, “tenemos mejora en el mantenimiento del balón, en la elección en los últimos treinta metros y en las contras”. Son reflexiones de Garitano que se han escuchado en las últimas semanas, mensajes que poseen plena vigencia, pero que en realidad corresponden a las ruedas de prensa que concedió en los días siguientes al relevo de Eduardo Berizzo, el pasado diciembre. Bueno, también en esos aspectos del juego se aprecia un avance, sobre todo en partidos recientes, al igual que en el comportamiento fuera de casa, otro debe que se arrastraba desde el último tramo de la anterior edición liguera.

El avance es extensible a la fiabilidad defensiva y la trayectoria en San Mamés, auténticos pilares del ideario que Garitano aplicó para sacar al equipo del agujero. Es la fórmula mágica del Athletic: defender como nadie y no permitirse concesiones en las citas de casa. Un catecismo que se sigue a rajatabla y cuya validez no admite discusión. Sirvió para superar un contexto delicado y sirve para codearse en la mitad alta de la clasificación.

Al principio pudo pensarse que se trataba de lo que se conoce como plan de choque. Urgía terminar con una deriva inquietante, en los resultados y la imagen. Garitano no esperó ni un minuto, de inmediato reordenó las piezas, apostó por gente que estaba en un segundo plano, eliminó aspectos tácticos que eran una rémora y estableció unas pautas distintas. Los frutos no tardaron en recogerse. Pese a que se hartó de advertir de que del fondo de la tabla solo se sale “poco a poco”, en un par de meses el equipo se instaló en la zona templada y continuó su escalada. Es posible que a él mismo le sorprendiera semejante celeridad.

Por si acaso, insistió e insistió. Quería un Athletic duro y fiable por encima de todas las cosas, lo opuesto a lo que había sido con Berizzo, y su empeño contó enseguida con la total complicidad de los jugadores, liberados al comprobar que en el fútbol lo sencillo, lo básico, lo de toda la vida, suele ser más rentable que el experimento o la sofisticación.

Sin refuerzos en verano, el semblante de Garitano se mantuvo impertérrito. Si no se asustó al aceptar en su día la propuesta de Urrutia, como para echarse atrás empezando como el resto, de cero. Eso sí, él a lo suyo: dale y dale, remachando el mismo clavo. Apenas sonríe, cultiva poco la simpatía, eso lo deja para la tropa, mientras comprueba que el Athletic persevera en su modo de competir. El plan de choque carece de fecha de caducidad, así puede afirmarse al cabo de doce meses. Aunque haya detalles que “poco a poco” lo van enriqueciendo, la parte nuclear del mismo no se toca.