EN el balance de la densa jornada del domingo, las dudas predominan sobre las certezas. El Athletic no dejó un regusto dulce en ninguno de los escenarios donde jugó porque ni en el Palacio Euskaduna ni en San Mamés los protagonistas estelares, los que iban de corbata y de corto, dieron la talla. Las expectativas del socio se vieron defraudadas, aunque seguramente su decepción fue menor de la que sintieron precisamente los encargados de gestionar ambos eventos, que cenaron rumiando su ineficacia.

Al contrario que Garitano y su tropa con el triste empate, Aitor Elizegi y su directiva pudieron consolarse con unas votaciones que les evitaron afrontar una situación muy incómoda. No merece la pena volver a incidir en el increíble error de la mesa que capitalizó el encuentro con los compromisarios, prueba fehaciente de su falta de cultura asamblearia, cuestión esta en la que apenas se ha reparado a pesar de su significación.

Ese desconocimiento del terreno se detectó diez meses atrás, en plena campaña electoral, cuando entre las incontables promesas y proyectos aireados por Elizegi se escuchó lo de organizar una asamblea de tres días. Finalmente la iniciativa no prosperó y la novedad se redujo a escoger un día festivo. Un cambio insustancial, pues ni ha servido para elevar la asistencia, ni ha rebajado la duración del acto o dinamizado su discurrir, lo que por ejemplo propició que el patio de butacas estuviese barrido en el momento de tratar el controvertido tema de la Grada de Animación, la “obsesión” de Elizegi. Tampoco este error de cálculo ha merecido excesivo espacio en los medios.

No obstante, el presidente no tuvo empacho en afirmar el lunes que “en realidad han sido cuatro días” de asamblea, aludiendo a las reuniones previas con los socios, un trámite que ya existía antes de su nombramiento. En fin. A estas alturas resulta difícil que Elizegi sorprenda por sus exposiciones, conclusiones, análisis, mensajes o consignas, y es que lleva casi un año hablando sin parar, con lo que ha conseguido regar de perlas su itinerario en el club. No deja pasar una para hacerse oír y, como la mesura no figura en su código vital, es habitual pillarle en renuncio.

Prudencia, rigor y coherencia son asignaturas en las que todo dirigente debe aplicarse. El riesgo de pifiarla suele guardar relación con el uso cuantitativo de la palabra. Y al parecer Elizegi es alérgico al silencio, de modo que al expresar sus deseos, intenciones y opiniones, a menudo comete el error de moldear a su antojo la realidad deformando la naturaleza de los hechos. Demasiados lugares comunes y frases que pretenden tocar la fibra en un discurso más propio de un forofo que de quien ostenta la responsabilidad de encabezar una entidad con muchos frentes abiertos por su singular idiosincrasia. Pero es lo que hay.

El veredicto de las urnas del Euskalduna ha alimentado la teoría de la fractura en el cuerpo social del Athletic. No deja de ser un recurso esgrimido a conveniencia cada vez que ha habido un relevo en Ibaigane. Hombre, ciertamente se constata un severo contraste con la etapa precedente: después de un puñado de ediciones rondando el 80% de votos favorables, ganar por ocho votos de diferencia sitúa a la directiva de turno en un escenario delicado, pero esto es consustancial al tránsito institucional del club. Aquellas victorias apabullantes de Josu Urrutia eran muy criticadas en algunos medios; no faltaban alusiones supuestamente graciosas a regímenes dictatoriales que trataban de minimizar el criterio del socio o el contenido de las cuentas presentadas.

La directiva de Elizegi no está en condiciones de quejarse, sus predecesores se lo dejaron mascado y además recibió el empujón necesario de la LFP, del amigo Tebas, para que su aterrizaje en el mundo del fútbol fuese como la seda, al margen de que cada año toca celebrar una asamblea.