Quien pensaba que se habían esfumado se equivocaba de medio a medio y, como extraterrestres en una mala película, aparecen de nuevo con energías renovadas y una virulencia que no preconiza nada bueno. ¿De qué hablo? Pues de toda esa caterva de franquistas que día a día debilitan los cimientos de la democracia.

Recordaba hace unos días la Ley de Amnistía de 1977. Se quiso disfrazar como si se tratara de medidas generosas para los y las opositores a aquel régimen despiadado. Y era mentira. Hemos tenido que soportar durante años la falsedad de las afirmaciones sistemáticas de gente de la política española y de su bien pagado coro de sesudos periodistas y tertulianas, que han vendido a los cuatro vientos que aquello se aplicó fundamentalmente a nacionalistas vascos e ideologías de izquierdas.

Pero siempre supimos que se hizo fundamentalmente para los camisas azules, aunque es verdad que también hubo un cierto cambio de cromos con culpables de otras ideologías. Desde aquel momento, ha habido una manipulación interesada y vergonzosa de la Historia, para lavar la cara de la dictadura, de tantas y tantas personas implicadas en ella, que ahora afloran de nuevo ya sin ninguna vergüenza ni siquiera miedo o un mínimo respeto a las leyes. Jamás se les exigió que se arrepintieran o que pidieran perdón, como ahora se reclama aquí tras el final de ETA.

En 1975 no hubo ruptura democrática con la dictadura, nunca se deslegitimó el franquismo, los y las franquistas nunca renunciaron y menos aún se les exigieron responsabilidades ni políticas ni de otro tipo por lo que no hubo esclarecimiento de la verdad ni reparaciones económicas ni morales a quienes lo sufrieron.

Resulta que ahora el dictador fue una dama de la caridad y quienes medraron con él pasean tranquilamente por nuestras calles y aparecen sin ningún pudor en los medios de comunicación contra toda la lógica democrática y de humanidad pues siguen celebrando aquellos tiempos estupendos para quienes vivieron con total impunidad bajo el paraguas de la opresión.

Nos quisieron vender una transición que nunca fue, una monarquía heredera de aquella y distintas mandangas para que nunca se esclareciera aquella barbaridad y menos aún se reparara a sus víctimas. Se organizó -y siguen en ello- un montaje engañoso de callar y por la paz un Ave María. Hay que olvidar -nos decían-, y ahora de nuevo nos exigen que pasemos la página de la iniquidad de más de 40 años. Por eso, entre otras su oposición a la ley vasca de abusos policiales.

La exhumación prevista en el Valle de los Caídos se ha convertido en una buena disculpa para militares -han firmado un manifiesto de defensa de Franco que sonrojaría en Alemania o en Italia-, o miembros activos de la Iglesia católica como Antonio Cañizares, obispo de Valencia, o una autodenominada plataforma de mujeres católicas que con mucha mala leche utilizan una pretendida superioridad moral contra las leyes de memoria histórica y otras. Y la Fiscalía no actúa.

Será que, como sentencia Cañizares con una soberbia peligrosa en quien debería ser ejemplo, el independentismo ha suscitado odios que no existían o que es incompatible ser católico e independentista. ¿Dónde están los obispos vascos y del resto para afirmar que eso nada tiene que ver con la creencia ni con la práctica cristiana? Contra otras ideologías sí se han pronunciado, contra este afloramiento del franquismo, no. ¿Por qué?