LOS agoreros se llevaron un chasco enorme, porque hubo agoreros que llegaron a pronosticar una encerrona en Montilivi contra las huestes del Real Madrid, el equipo de Mariano Rajoy, magno símbolo futbolístico del imperio opresor. Los agoreros, y fueron un buen puñado, se encontraron con una tarde radiante, y sobre todo a un público encantado de recibir por vez primera en su historia a tan insigne rival es un cortísima singladura por la Primera División.

Entregada a los suyos, la afición también se acordó de Cristiano The Best Ronaldo, el pendón del imperio, y echándole coña al asunto le gritaron ¡Messi! porque, naturalmente, los hinchas del Girona son ante todo culés. Por si fuera poco, resulta que el personal estaba de jarana, en plena fiesta mayor en honor a San Narcís, patrón de la ciudad, obispo, mártir de la causa, invocado por la feligresía con devoción desde 1285, cuando Felipe III el Atrevido y todo su ejército tuvo que abandonar echando leches el sitio de Girona acosado por millones de purulentos insectos que surgieron del sepulcro de San Narcís, conocido desde entonces como el santo de las moscas. El ilustre personaje ejerció de milagrero en no pocas ocasiones, según se cuenta en su hagiografía, y me da que el aplicado patrón reapareció ayer en todo su esplendor, con Puigdemont desmontado y doliente y el Real Madrid en puertas, como antaño el invasor francés, pues no se explica de otra manera la desidia con la que los hombres de Zinedine Zidane se emplearon en Montilivi, salvo por causa mística, es decir, víctimas de un furioso ataque de moscas tse-tse.

Conviene echarle fantasía y épica cuando el fútbol nos regala perlas como esta: un modesto equipo catalán ha sido capaz de tumbar al mismísimo campeón de Europa.

Puigdemont, cómo no, tomó al vuelo el asunto y, amén de recordar con gentileza a San Narcís, reflejó a través de twitter este críptico mensaje: “La victoria del Girona sobre uno de los grandes equipos del mundo es todo un ejemplo y un referente para muchas ocasiones”.

Los hermanos Guardiola, en cierto modo padres putativos de este Girona triunfant, seguro que entonaron Els Segadors henchidos de satisfacción; y probablemente Ernesto Valverde le ha puesto una vela así de grande al benemérito mártir gerundense, pues a cuenta del fabuloso ensalmo el Real Madrid está a ocho puntos del Barça. O lo que es lo mismo: el equipo azulgrana muy mal lo tiene que hacer para que se le escape el título de Liga.

No lo hicieron bien en San Mamés, pero apareció Leo Messi, que también hace milagros, y en su defecto el portero alemán Ter Stegen tuvo una inspiración divina ante los arreones de Aritz Aduriz. Sin embargo aquí salió a relucir otra admirable dimensión futbolística cuando conviene tirar del cuento: el balsámico poder de las victorias morales. Resulta que el Athletic perdió en Valencia y aquel había sido su partido más sobresaliente de la temporada hasta que el Barça le venció en La Catedral y, paradojas de la vida, salió un partido todavía mejor si no fuera por ese exasperante detalle de la derrota y el valor retórico que se le atribuye a la honra sin puntos.

Puestos en el lindero de la mística, a mí me ocurre como a Santo Tomás Apóstol, escaldado por la resurrección prometida en Mestalla que luego dio paso al ridículo más espantoso ante el Ostersund en la Europa League, frente al Leganés en LaLiga y contra el Formentera en la Copa.

Sucede que el Athletic ya está en la decimocuarta posición clasificatoria y puede bajar un peldaño más si hoy gana el Espanyol al Betis.

Ya lo apuntó el técnico navarro en vísperas de jugar frente al equipo balear: los equipos pequeños no tienen nada que perder y se crecen ante los grandes. Exactamente eso mismo ha hecho el Athletic ante el Barça. Se parte de una derrota que se da prácticamente como segura y, bajo ese panorama desolador, se cuela el fatuo consuelo de haber perdido con dignidad.

Cuando vea igual ardor guerrero (a falta de otras cualidades) frente la Ostersund el jueves y contra el Celta el domingo, entonces...