EN el cuarto derecho viven los canallas y en el tercero izquierda, algún que otro destino cruel; la vida corretea suelta por la barra de un bar cualquiera, los vecinos se prestan sal y huevos y lo mismo los niños paladean un helado de fresa que levantan un tapacubos. Esa es la vida de barrio, donde todos se conocen, se saludan o se evitan, según se tercie. Hay quien la ama de veras, como se quiere a una madre y quien no soporta ese vivir a flor de piel tan intenso. Hay barrios húmedos como el de León y barrios obreros, que tanto se estilan por estos lares, un pueblo que fue industrial, donde la vida se hace dura.

Zorrotza es uno de esos lugares que amas o esquivas. Los barrios de hoy no son praderas abiertas sino callejones estrechos, donde lo mismo arde un edificio en malas condiciones que unas vías de tren lo parten en dos, sabiendo que a las 16.15 (o a la hora que sea que esto sucede...) no puedes quedar con un amigo para tomar el café de sobremesa porque pasa un mercancías y el bar Patxo (o como se llame el bar en el que quedas...), queda a la otra orilla de esa playa de vías férreas y a esa hora sube la marea del ferrocarril.

Viene al caso este tapiz, este retablo donde se describe la vida en huecograbado, ahora que el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, acaba de reunirse con el ministro Iñigo de la Serna, para hablar del soterramiento de las vías y ahora que los vecinos de la casa que ardió allá por el mes de mayo han conocido que deberán pagar por el derribo y el desescombro de los restos que quedaron en pie. Ruina sobre las cenizas, pensarán muchos de ellos, aunque se haya actuado acorde a la ley, cosa de la que no cabe duda alguna. Ahí se observa de nuevo el perro destino: no hay tregua para los damnificados.

No se pide, ¡ojo!, manga ancha ni buen corazón a los gestores. Sería injusto si se juzga que a buen seguro habrá habido hombres y mujeres en otros lugares, en otras tragedias, en otros episodios de la vida misma, que hayan sufrido el inclemente peso de la ley. Cualquier distingo se hubiese mirado con recelo. No pido que se haga, no. Lo que digo es que en no pocas ocasiones la vida del barrio (de este, Zorrotza, o de otros muchos...) parece tocada por un aciago destino, meada por los perros. Y sin embargo ahí están, en pie. Muchos, muchísimos vecinos de Zorrotza hablan y exigen con el legítimo orgullo de hacerlo desde casa.