ZINEDINE Zidane ha repetido hasta el hartazgo en las últimas horas que ni por lo más remoto se imaginaba lo que le está pasando, de puro bueno. Cuesta saber si es una pose, pues el hombre va por la vida de modesto cuando en su etapa de jugador fue un virtuoso del balón. Quizá tiene muy en cuenta que se crió en La Castellane, un humilde y degradado barrio de Marsella, o que hace un par de años fue incapaz de sacarle brillo al Real Madrid Castilla, en Segunda B.
Como se sabe, la condición de crack futbolístico no garantiza el éxito como entrenador, así que cuando el patrón Florentino Pérez le encomendó su espíritu con fe ciega más de un exégeta advirtió: pero si Zidane no pudo ganar ni en Sarriena...
Ahora todo son alabanzas. Su sagaz visión de la jugada. Esa mano izquierda para domeñar los egos de sus ponderados jugadores; o lo bien que supo dosificar la plantilla, dando oportunidades a todos y haciendo partícipe del triunfo hasta al último de los suplentes. Y qué buen rollo gasta con la prensa. Respondiendo a las preguntas sin estridencia, y con esa sonrisa que le sale tan natural. Y cuanta bonhomia despliega, y lo exquisito que se comporta con los rivales y la grey arbitral.
Tengo que reconocer que me siento atropellado por el éxito del Real Madrid. A ver si me explico sin sacar de paseo mis fobias: conquista la Duodécima. Es el único club que ha logrado ganar dos Champions consecutivas. Consigue un doblete después de 58 años y encima le mete cuatro a la Juventus, la perfección defensiva, una roca de equipo que en sus anteriores doce partidos del torneo tan sólo había recibido tres goles. A semejante torbellino de proezas hay que sumarle la voluptuosa figura de Cristiano Ronaldo. Henchido de gloria, levitando de placer (y no le faltan razones) y sabiendo que allá por el invierno le aguarda su quinto Balón de Oro, de tal forma que alcanzará en oropel a su gran antagonista, Leo Messi.
En la desmesura del acontecimiento, propalado por todos los rincones mediáticos, hemos visto al rey ufano, Juan Carlos I el vividor, y desde luego a Mariano Rajoy, a quien la final de Cardiff le ha encajado de maravilla en su abigarrada agenda, hasta el punto que tampoco puso reparo alguno sobre las medidas de seguridad durante su peregrinación al corazón de Gales entonando muy bizarro ¡Hala Madrid!
La vigilancia que se encontrará cuando declare en la Audiencia Nacional por el caso Gürtel será una fruslería en comparación con el aparato policial desplegado sobre el Millennium Stadium, y sin embargo la conmoción sacudió a la vieja Europa en un día preparado para la gran fiesta futbolística.
Pero, ¿ qué se puede hacer si a un yihadista le importa un huevo morir mientras destroza vidas con la furia del cruzado y confía en libidinosa ensoñación que 72 mujeres vírgenes estarán esperándole con los brazos abiertos a las puertas del mismísimo paraíso?
Un simple petardo, quizá un ruido algo estridente, desencadenó la psicosis colectiva entre los millares de bianconeri arremolinados en la Plaza San Carlo de Turín y a punto estuvo de ocurrir una enorme desgracia. Un hecho así sucede porque la ciudadanía tiene ya interiorizado el miedo, la hipótesis del atentado terrorista. Es tremendo.
Qué paradoja. El fenómeno hooligan, el azote tradicional del fútbol, brilla por su ausencia y sin embargo el partido (o un concierto) acaba cubierto por la desazón.
Pero la vida sigue, el Madrid celebró por todo lo alto y Zidane ha entrado en el parnaso de los entrenadores: en año y medio, dos Champions, una Liga, la Intercontinental y la Supercopa de Europa.
Ahora bien. Entre los gigantes no hay tregua, ni relax, y del otro lado un personaje también ponderado y muy hambriento de títulos ya le está desafiando.
Ernesto Valverde, tras su rocambolesca presentación (fichó como de súbito con los culés, ya le vale), dijo: “intentaré hacer al Barça más grande de lo que es”, que no es poco, y a costa del aclamado técnico francés.
Txingurri desde luego tiene más recorrido, lo cual no garantiza nada, y una empresa de titanes. Queda por ver si acaba en plan Guardiola o se queda en Tata Martino.