Las angustias económicas de los Gobiernos egipcios son tan antiguas, centenarias, como difíciles de explicar? a no ser por el empeño de El Cairo de atender más las cuitas políticas que las financieras. Ahora, el régimen de Al Sisi parece que invertirá las prioridades para atajar la crisis.
Como pasa casi siempre, la reforma tiene muchas causas; pero resumiendo mucho, se puede decir que la causa principal ha sido que el país se ha quedado en estos momentos con un solo acreedor -el Fondo Monetario Internacional (FMI)- y no ha tenido más remedio que emprender las reformas que se le exigían para nuevos créditos.
Desde la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes cairotas habían echado mano de la política internacional para solventar los apuros financieros. Y es que Egipto es la llave maestra de la paz en el Oriente Próximo, lo que significó en la práctica que siempre surgía una gran potencia (militar o económica) extranjera para ayudar -y así, influir- a Egipto. Desde el golpe de Estado de Al Sisi en 2013, el gran y generoso patrocinador del país había sido Arabia Saudí, empeñado más que nadie en mantener alejado del mundo islámico todo brote socialista, incluso el de un socialismo tan discutible como el de los Hermanos Musulmanes. Pero la guerra civil siria evidenció indecisiones políticas egipcias y los saudíes redujeron drásticamente sus ayudas.
Sin el dinero árabe y con una política estadounidense de implicación limitada en Oriente Próximo, El Cairo vio cómo sus reservas de divisas se reducían a finales de 2016 a una suma que equivale más o menos al coste de las importaciones trimestrales de cereales de Egipto.
Esto, sumado a la inquietud popular por encarecimiento de alimentos y un paro endémico (el crecimiento demográfico egipcio requiere la creación anual de un millón de puestos de trabajo para absorber la oferta de mano de obra), así como la caída en picado de los ingresos turísticos, determinó al actual Gabinete egipcio a empezar las reformas estructurales que le venía exigiendo el FMI desde hace años.
El Cairo dejó, pues, flotar la libra egipcia (lo que supuso una devaluación de 1 dólar = 8,8 libras egipcias a 1 dólar = 20 libras egipcias), recortó masivamente la maraña de subvenciones energéticas, introdujo el impuesto sobre el valor añadido, incrementó las pensiones, comenzó a privatizar parte de las empresas estatales y decretó amplias subidas salariales para los funcionarios y empleados estatales; es decir, elevó prácticamente el poder adquisitivo de un 20% de los 92 millones de egipcios. También adoptó el Gobierno de Al Sisi un amplio programa de microcréditos para estimular las actividades agrarias de unos dos millones y medio de familias rurales.
El programa ha sido recompensado por el FMI con un crédito inmediato del 12.000 millones de dólares... y la esperanza de que por fin Egipto comience a salir solo del pozo económico en que estaba sumido.