DESPUÉS de dos milagros consecutivos (evitar el descenso a Segunda B en el último minuto del último partido y al año siguiente subir a Primera), la directiva de Osasuna decidió el pasado lunes “por unanimidad” la destitución de Enrique Martín Monreal, el técnico que impidió la ruina física y material del club navarro con el ascenso a la máxima categoría. Lo que no pudo evitar fue la ruina moral, pues difícilmente se puede entender semejante “unanimidad” a la hora de despedir con cajas destempladas a un entrenador que ha hecho prodigios con una modestísima plantilla. Al menos se merecía el beneplácito de la duda y, desde luego, una enorme predisposición a la paciencia, virtud que sí ha cultivado la consternada afición rojilla.

Así que ya no tendremos la oportunidad de asistir a los visionarios pronósticos del técnico de Campanas subido a la azotea del edificio más alto de Iruñea. O a su existencial manera de entender el oficio: “Desde el momento en el que firmas un contrato empiezas a ser cesado. En el momento en el que uno nace empieza a morir”, pontificó Martín en vísperas de jugar, y ganar, en Ipurua al Eibar en la octava jornada.

Sin embargo, y como no hay mal que por bien no venga, probablemente la salud del exentrenador rojillo experimentará una franca mejoría, pues su corazón ya no seguirá expuesto a los sobresaltos que procura las veleidades de Osasuna. O sea, que todavía habrá que dar las gracias a Sabalza, y hasta deducir que esa “unanimidad” entrañaba buen ojo clínico, es decir, que buscaban evitar al bueno de Martín la eventualidad del infarto.

Consciente del predicamento que Martín Monreal tiene entre la hinchada osasunista, Joaquín Caparrós, el sucesor, se empleó a fondo en una espectacular puesta en escena: elogió hasta el paroxismo al club pamplonés, desplegó todo su encanto y lanzó un mensaje rotundo de optimismo.

Promete el sevillano meterse “hasta las tripas” de Osasuna, y en su intento de mimetizarse con el paisaje navarro igual hasta le hacen hijo adoptivo de Caparroso, sobre todo si consigue evitar el descenso.

Pero, ¡al fin!, lo que sí podrá pregonar sin pudor alguno Caparrós es aquella frase antológica que soltó precisamente en El Sadar el 17 de abril de 2011. Y le saldrá del alma, y sin duda será aplaudido por la atribulada peña porque eso significa que Osasuna vuelve a vencer.

“Déjate de imagen, clasificación amigo”. Aquel canto al resultadismo, que levantó ampollas en entre los puretas futbolísticos del Athletic, lo está esperando Osasuna como agua de mayo. Y no es el único. Salvando las distancias, tampoco le vendría nada mal a los muchachos de Ernesto Valverde que se aplicaran el cuento. Una dosis de clasificación amigo, aunque sea a palo seco, con tal de enderezar como sea una deriva que frente al Espanyol tomó el tamaño del espanto.

Caparrós, hay que admitirlo, realizó un estupendo trabajo con el equipo rojiblanco, que por aquel entonces daba miedo. Estuvo en Bilbao cuatro años, incluso se hizo socio. Cuando bajo su dirección se enderezó el entuerto, la afición olvidó los tiempos de zozobra y le pidió más, pero Caparrós seguía con la misma liturgia: “clasificación, amigo”.

La derrota electoral de Fernando García Macua obligó al técnico de Utrera a cambiar de aires. Tuvo un efímero (y tormentoso) paso por el Neuchâtel Xamax suizo. Luego salvó al Mallorca del descenso, pero a la siguiente temporada fue despedido. Marchó al Levante. Después, al Granada. Equipos modestos y con la única divisa de no bajar. Sin trabajo tras su cese en el equipo nazarí, el nombre de Caparrós sonó mucho para el cargo de seleccionador, pero la golosina se la quedó Julen Lopetegui. Seguro que si Villar se hubiera decidido por él, también habría convocado a Aduriz para jugar con el combinado español, no en vano de este oficio sabe un rato, corrigiendo de paso aquel desliz que tuvo cuando en el año 2008 bendijo su traspaso al club mallorquín para darle toda la cancha a Fernando Llorente.

No hubo llamada de Villar y Caparrós se encontró sin apenas perspectivas, consciente de haber perdido el crédito y reputación de antaño. Por eso necesita dar el golpe, y qué mejor escaparate que Osasuna, donde se añora a Martín, hay un clamor por tan poca decencia y se reclama sin más tardar el advenimiento de otro milagro.