DESPUÉS del mal trago en el Santiago Bernabéu, con la visita de Osasuna a San Mamés se auguraba una plácida victoria, o escuálida, pero victoria, no en vano se trata de un rival muy humilde, recién ascendido, penúltimo clasificado y con un solo triunfo en ocho encuentros como tarjeta de presentación. Sin embargo la decepción fue evidente y además corrobora la incapacidad del Athletic, sobre todo en el último mes de competición, para enlazar dos buenos partidos de forma consecutiva. Tras la derrota en Málaga, en la séptima jornada, el equipo bilbaino se enmendó con una soberbia actuación en el derbi ante la Real. Aquella exhibición de energía y acierto dio paso a una relajación inaudita en Genk que deja en una situación muy delicada el futuro del Athletic en Europa. Al colapso en Bélgica le sucedió una digna actuación frente al Real Madrid con un equipo de circunstancias, aunque de nada sirvió tanto empeño. Y llegó Osasuna, el penúltimo, la perita en dulce, y tampoco hubo manera ni con el once de gala en acción. Se igualaron las fuerzas por abajo porque el Athletic se puso a la altura de su contrincante. En vez de tratar de imponer su mayor calidad futbolística, se enmarañó y entró en la propuesta de partido que le ofrecía el equipo rojillo (ayer de verde, el color de Iruñea), de pelea y choque, descontrolado e imprevisible, Osasuna desperdició claras ocasiones en la primera parte y el Athletic en la segunda, especialmente con el arreón final, circunstancia que me hizo pensar en la salud del inefable Enrique Martín, que cumplió a pies juntillas con lo prometido de vísperas: “Vamos a competir como perros”. Les va la vida.
Especialmente entusiasta se mostró Álex Berenguer, aquel futbolista que estuvo a punto de fichar por el club bilbaino el pasado verano, una vez frustrada, o eso se especuló, la contratación de Mikel Oyarzabal. Como se sabe en la órbita del Athletic, el mozo pamplonés, de 21 años, quiso exhibir palmito, y vaya si lo consiguió, protagonizando con Williams el duelo más espectacular del partido y dejando más de una vez en evidencia a De Marcos, a quien Ernesto Valverde le envió un claro mensaje sustituyéndole en el descanso.
Así que la afición rojiblanca ya conoce de primera mano las prestaciones del carrilero osasunista. Porque es sabido que la aspiración de los jugadores rojillos para progresar profesionalmente (y económicamente, desde luego) es fichar por el Athletic, salvo que sea un portento de la naturaleza o reciban un calculado desdén, como Mikel Merino, medio centro con talento y muy joven (20 años), que se lo llevó el Borussia Dortmund por unos cinco millones de euros.
Tampoco fue el caso de Raúl García, pues cuando el Athletic contempló su contratación allá por 2006 se decantó finalmente por el novel Javi Martínez. Y dio en la diana. Costó seis millones, que entonces parecía una barbaridad y al cabo del tiempo se convirtió en un negocio redondo.
Finalmente, Raúl García acabó en el Athletic, y también está resultando un negocio redondo. Suyo fue el gol del empate, tras una brillante jugada de Sabin Merino, y apenas lo celebró. Se besó mesuradamente los dedos, como dejando claro en todo momento que no le entusiasmaba demasiado hendir el puñal en el tumefacto cuerpo osasunista. Lo cierto es que el hombre estuvo sorprendentemente sosegado y prácticamente se abstuvo de dar la vara al colegiado. Es probable que corazón y cabeza se entrecruzaran en el ánimo del centrocampista, que sobresalió entre la medianía del partido.
Iker Muniain, en cambio, carece de pasado osasunista, cuya afición le suele llamarle de todo menos bonito tras aquel lastimoso desaire en El Sadar hace cinco años (cuando Caparrós soltó aquello de “déjate de imagen, clasificación amigo”). Muniain intentó dar su mejor versión, y lamentablemente ahora tiene poco que ofrecer y se ofusca en el intento. Valverde igual persiste en tratar el asunto con santa paciencia, y seguro que eso mismo hará el hincha con este Athletic irregular que se ha subido a una montaña rusa (hoy triunfo, mañana desbarro). En consecuencia, ante el Genk toca jugar bien. Y ganar como sea.