DESDE aquel gol fantasma en tierra de fantasmas, según reflejó por entonces un diario guipuzcoano, hasta el “los derbis no se juegan, los derbis se ganan” que dijo ayer visiblemente enfadado Gerónimo Rulli han transcurrido cuatro años y ocho derbis in albis (por cierto, el portero argentino afirmó lo mismo tras la última victoria txuri-urdin en San Mamés, solo que con una radiante sonrisa, como es natural). Semejante abstinencia rojiblanca ha dado pábulo a las más sugerentes teorías, y si tenemos en cuenta que el Athletic terminó cada temporada (salvo la 2012-13) por delante en la clasificación, se llegó a la conclusión de que la Real ponía más emotividad y determinación en los derbis, conjetura que la tropa de Valverde echó ayer por tierra a base de fe y un espíritu competitivo encomiable. Probablemente fue el mejor partido de la temporada, resuelto con goles fascinantes, y un premio añadido: el regreso de dos futbolistas importantes como son Iñaki Williams e Iker Muniain, o la confirmación de Aritz Aduriz como gran referente del equipo por jerarquía, afán, contagio, marrullería sutil (o no tan sutil, obsérvese la foto de arriba), clase futbolística y la suficiente generosidad como para entregar un gol en bandeja al dinámico Williams, que de esta manera pudo estrenar su cuenta anotadora.

Llegados a este punto de especulaciones evanescentes (la Real no es que se entregue más, pero probablemente para ellos este sí es el partido del año), merece la pena resaltar con qué agudeza táctica valoró el entrenador del Athletic la victoria (“Lo contante y sonante son los puntos sumados”), diciendo sin decir, en plan bilbainada, que fue un partido como otro, cuando él sabe de sobra que a la afición del Athletic le pone, y mucho, ganar el derbi.

Del otro bando no se comunicó ni hubo constancia gráfica sobre la presencia de Eneko Goia, alcalde de Donostia, en el vestuario de la Real, aunque a lo mejor sí que bajó para darles ánimos, pues es de ley comparecer también a las duras. Porque, hay que admitirlo, la historia bien pudo tener un desenlace diferente si con el 3-2 en el marcador y en el tramo final, el brasileño Willian José hubiera pateado el balón en vez de atizarle una descomunal patada al aire en inmejorable posición para marcar; o si Rulli hubiera tenido un poquito más de suerte cuando subió al área rojiblanca para rematar, y casi lo consigue, en la última jugada del partido.

O sea, que el derbi pronto se metió en una espiral de emociones, con el desconcierto inicial y el inapelable gol de Zurutuza, la vigorosa reacción posterior, la hora larga de dominio abrumador, el 3-1 que parecía definitivo y definidor de lo que estaba ocurriendo en el campo, el relajamiento de los muchachos que propició el tanto de Iñigo Martínez llevando la inquietud a las gradas, el consiguiente desconcierto del Athletic y los apuros finales, que paradójicamente contribuyeron a valorar aún más la importancia del triunfo.

Así que Gerónimo Rulli estaba que echaba humo y le salió esa vena canchera que tienen los argentinos: “¡Los derbis no se juegan, se ganan!”, exclamó, no en vano contribuyó con sus excelentes paradas a prolongar la agonía y no le sirvió para nada. El caso es que hacia el minuto 39, cuando hizo el paripé para perder tiempo retorciéndose de dolor sobre el suelo sin venir a cuento, pensé: a ver si luego te van a entrar las prisas, Gerónimo. Y vaya que sí le entraron, y la locura por rematar aquel balón en la última jugada.

También pensé en la santa paciencia que ha tenido Valverde con Muniain. Decidido a recuperarle para la causa, para eso no hay mejor manera que mostrarle infinita confianza. Hacía tiempo que no veíamos esta versión fetén del controvertido centrocampista navarro, al parecer dispuesto a dejar atrás sus follones y olvidarse de las lesiones para recuperar el buen tono futbolístico y reconducir su carrera, pues a sus 23 años parecía un veterano en declive cuando le queda un mundo por delante. Y permítanme una maldad. Salvo un disparo desde fuera del área que permitió lucirse a Iraizoz, Mikel Oyarzabal pasó desapercibido. A la espera de novedades, favor le hizo al Athletic. 40 millones, se dijo, y no quiso. ¡Madre mía!, con la penuria que hay.