Cuando Javier Fernández entrecruza sus manos difícilmente se le imagina enhebrando la aguja de coser. Pero este ingeniero con poso minero, de mirada firme y honrada, está curtido en suturar heridas entre bandos maquiavélicos, en hilvanar acuerdos muy de madrugada entre enemigos irreconciliables. Han sido desgarros serios, sí, pero en el patio de la comunidad; nunca como ahora retransmitidos en directo a modo de un carrusel con minuto y resultado de una pelea a muerte. Bien sabe el presidente de su gestora el hondo calado de esta herida que desangra por minutos a un noqueado PSOE y de ahí que recurra a su interminable paciencia en la búsqueda de un imprescindible armisticio. No obstante, supondría un fatal espejismo para el PP y los irreductibles pedristas que su pasmosa serenidad fuera confundida como una muestra de templanza y autoridad contemporizadora. Fernández manda y se le respeta, desde luego mucho más que a una señalada Susana Díaz, trastabillada por ese error estratégico de encender la mecha del alboroto por su ambición mal calculada.

Con Fernández al mando del timón socialista se deben dar por aniquilados rápidamente el acercamiento a Podemos, por supuesto al independentismo catalán y las elecciones del próximo diciembre. Cualquier otra enmienda transaccional a este inamovible convencimiento político tan enraizado en el presidente de Asturias provocaría su renuncia inmediata. Este veterano dirigente, que rechazó ser ministro en el primer Gobierno Zapatero, bebe de las esencias históricas de su partido centenario y es ahí donde coloca precisamente el límite permitido a las divergencias internas. Quien cruzara esa raya -aviso a la disidencia en contra de la abstención- que no espere otra respuesta que el efecto autoritario de una mano implacable. Hasta entonces, siempre habrá tiempo para la negociación.

Bien sabe Fernández que lo tiene especialmente difícil, empezando por su propia casa de Asturias. Podemos y el incombustible Gaspar Llamazares ya le han advertido que tumbarán sus Presupuestos regionales en el supuesto cada vez más factible y verosímil de que la posición socialista favorezca la continuidad de Rajoy al margen de las exigencias. Por si acaso, el PP ya se ha apresurado a ofrecerle sus votos. Ante la inmensidad del océano, el tema de Asturias es una inapreciable gota en el mar. El duelo de verdad se libra en Madrid y en las terminales mediáticas y económicas, sin olvidar el impacto de sus derivadas en esas luchas intestinas a las que se asiste en incontables agrupaciones socialistas indignadas, abochornadas también pero fundamentalmente temerosas por el incierto futuro de su partido.

Más allá de cuál sea su definitiva hoja de ruta para el corto alcance de este seísmo, al PSOE todavía le quedará acordar el doloroso tratamiento previo a su obligada catarsis. Claro está si es que en medio de tanto personalismo, defensa de España y ceguera de la realidad social no deciden guarecerse bajo su propia debilidad creyendo que la solución vendrá por el desgaste de ese populismo que les amarga la existencia y les condiciona cómo idear su propio futuro. Para entonces a ver quién cose?