PAGARÁ la cuenta el Eibar”, vaticinó el brasileño Danilo y efectivamente, el equipo de Mendilibar logró por primera vez en su historia puntuar en el Bernabéu provocando un amago de crisis al coloso madrileño después de sumar el cuarto empate consecutivo ante el modesto, bravo y valiente equipo armero. Como pueden suponer, las redes sociales le hincaron el diente con fruición al lateral izquierdo del Real Madrid por bocazas, amén de ponderar en lo que se merece sus dotes adivinatorias. Pero quien realmente acabó el partido consternado fue Cristiano Ronaldo. No tuvo su día y se quedó sin expeler su gutural grito. Y con carita de pena se marchó luego en su jet particular rumbo a Lisboa para inaugurar el Pestana CR7, un hotel de su propiedad que sublima hasta el paroxismo toda la vanidad que le oprime. Tiene cuatro estrellas y 82 habitaciones. En el bar del CR7 existe una aplicación para hacerse fotos como si Cristiano estuviera a la vera. Las alfombras tienen marcadas las huellas del arrogante lusitano y sobre el mostrador de la recepción cuelga un letrero donde está impresa como fulgor su frase favorita: “Tu amor me hace fuerte. Tu odio me hace imparable”. Dantesco. (En la fiesta de inauguración no estaba invitado el cantante colombiano Kevin Roldán, naturalmente).

Mi primario regodeo sobre las penurias del Madrid tomó calentura cuando Aduriz anotó aquel fantástico gol que ponía el partido en franquicia para el Athletic, pues las huestes de Ernesto Valverde manejaban los tiempos con solvencia y autoridad. En aquel momento, y durante un buen puñado de minutos después, resulta que el Athletic estaba colíder, empatado a 15 puntos con el Real Madrid y el Atlético, ahí es nada, y después de encadenar cinco victorias consecutivas, seis si contamos la del Rapid de Viena. ¡Y por delante del mismísimo Barça!, que mordió el polvo en Balaídos.

Pero la sorprendente derrota azulgrana me pilló en plena desazón, dándole vueltas y más vueltas a la maldita jugada que distorsionó el partido en La Rosaleda. Hace una semana elevamos a los altares a Mikel Balenziaga con razón, por aquel soberbio tanto que sometió al Sevilla, y ayer le bajamos a los infiernos por incontinente, no en vano su expulsión a la media hora pasó cara factura. Ahora bien. Antes de condenar al muchacho, hay que considerar que Rosales le clavó una alevosa patada de karate sobre sus higadillos y el guipuzcoano reaccionó como reaccionan los animales. Entiéndase: actuó por instinto, revolviéndose como una víbora cuando se siente atacada. Fue un acto primario e irracional y por eso mereció el castigo, pero la misma sanción debería haber tenido el defensa venezolano, que le metió el puñal y se fue de rositas. A Balenziaga solo le faltó ponerse de rodillas para implorar clemencia al colegiado Del Cerro Grande. Era muy consciente de la situación: apenas repuestos del desgaste físico en la Europa League, sus compañeros estaban condenados a realizar otro sobreesfuerzo por su mala cabeza.

Sin embargo pasaron los minutos, el Málaga atestiguaba las razones de se precaria clasificación con un fútbol ramplón y fue entonces cuando a Valverde le entró un ataque de pánico, pues no se entiende de otra forma por qué decidió prescindir de los delanteros, plantar un muro alrededor de Iraizoz y de esta gala aguardar al pitido final. Con el Athletic replegado, en dos minutos, en un visto y no visto, el conjunto andaluz daba la vuelta al marcador. El portero navarro mostró una enorme expresión de asombro. Al margen del súbito y descomunal despiste de la poblada zaga rojiblanca, no me extraña que Iraizoz pensara en cosas raras. Resulta que ha jugado tres partidos de Liga y el Athletic los ha perdido todos, mientras Kepa Arrizabalaga cuenta sus cuatro actuaciones por victorias. ¿Es la fuerza del destino? ¿Arrojamos entonces a Iraizoz a los leones? Sometido a la lupa, sucede que el cancerbero pamplonés estuvo prácticamente inédito. Tan sólo hizo una parada a un tirito de Juanpi, y estuvo vendido en ambos goles. O sea, que no computa a efectos de meritoriaje en la ruleta de Valverde.

Resignación. No hay otra.