eL contubernio mediático-financiero-político que sostiene con todo su arsenal el beligerante intento de derrocamiento de Pedro Sánchez corre serio riesgo de diluirse. Bien es cierto que ha bastado la descarada intromisión de Felipe González para prender la mecha del artefacto largamente ideado en compañía de otros desde hace semanas. Pero no es menos verdad que las fallas detectadas en sus sorprendentes acusaciones -Josep Borrell las desnudó ayer de un plumazo con sincero conocimiento de causa en carne propia- unidas el resquemor que provoca en el afiliado de base ese perfil tan denostado de socialista embebido por el dinero fácil y las amistades peligrosas han provocado un efecto boomerang que puede acabar terciando en favor de la conmiseración hacia el acorralado secretario general del PSOE.

Mas allá de la serena comparecencia de Pedro Sánchez horas antes de un histriónico Comité Federal que aconseja evitar todo pronóstico sobre su suerte final por la animadversión de los bandos contendientes, es fácil concluir que el asedio de los críticos retrata un golpe de estado que encuentra más resistencia dentro y fuera de la prevista. Tan cruenta batalla que compone una esperpéntica imagen de un partido cainita, sí, pero centenario y con sentido de Estado y de Gobierno, no es siquiera una imposición ideológica ni acaso una mínima reflexión autocrítica sobre los errores largos años cometidos; sencillamente es una lucha descarnada por el poder una vez que se sustancie si se deja gobernar a la derecha.

Con la fotografía ilustrada de las reacciones en la mano, se puede tildar rápidamente de flagrante error la táctica del acoso y derribo de Pedro Sánchez, amasada desde los incendiarios editoriales de El País y el fariseísmo indisimulado de algunos barones. En medio de una posición numantina en la inmensa mayoría de las Casas del Pueblo en contra de facilitar el Gobierno a Mariano Rajoy y sobre la que se atrinchera el todavía líder socialista, se han alzado en armas orgánicas un heterogéneo grupo que detesta un gobierno alternativo y que es proclive a la abstención a favor del PP para serenar las inquietudes del ámbito económico y financiero español y europeo.

A los críticos se les ha ido de las manos las formas de la rebelión y a Pedro Sánchez, la visión objetiva de la realidad política aunque en vísperas de temer su linchamiento mantiene intactas sus convicciones. Por eso se antoja tan difícil el armisticio sin que haya bajas y heridas de calado duradero. Ya no es una cuestión a dirimir entre compañeros; ahora son enemigos. Realmente, quedan muy lejos aquellos tiempos donde la hierba de los díscolos se cortaba desde los aparatos socialistas con artes maquiavélicos sin que la víctima lo advirtiese hasta que le corría la sangre por la espalda. Asolados por un imparable declive electoral, aterrados por su suerte futura bajo la amenaza del desafecto generacional y de Podemos -cuánta causticidad en sus condolencias-, el socialismo se parte en dos en lugar de suspirar por su catarsis.

Guiados unos y otros, sin duda, por el revanchismo queda abierto el fuego cruzado. Así hay licencia para legitimar el insulto a sabiendas desde un periódico -“insensato sin escrúpulos”, le han espetado a Sánchez sin atender a los rigores del libro de estilo- o, desde la otra trinchera, agarrarse a la pata del duro banco sin oír ensimismado la advertencia del precipicio cada vez más cercano. Y es que, en el fondo del refrán, a todos se les ve el plumero y la casa -sinónimo de la debacle ideológica y electoral- se sigue sin barrer.