MENOS mal que la de ayer era una mera sesión de trámite en el Congreso y acabó convertida en un reguero de pólvora! Muy por encima de un resultado cantado de antemano, la fallida investidura de Mariano Rajoy siembra de minas la política española para los próximos dos meses, elecciones vascas y gallegas incluidas. Desde ayer, posiblemente como auguraban fatídicamente tantos kilos de mutua animadversión, una intempestiva incertidumbre se ha apoderado del escenario donde tiene que librarse la búsqueda desesperada de un candidato capaz de aunar 176 apoyos. Una intrincada exigencia de alto voltaje a la que contribuyen la mayoría insuficiente de un PP denostado por el resto, la ambigüedad inexplicable del hierático Pedro Sánchez y la última pirueta de Albert Rivera al secundar inesperadamente la propuesta de su ídolo de juventud Felipe González para que Rajoy ya no sea candidato y así nadie tenga que ir a votar en diciembre.
Con rapidez y elocuentes muestras de adhesión inquebrantable, la cúpula del PP cerrará esta misma mañana el melón que el líder de Ciudadanos abrió ayer sobre el futuro político de Rajoy, para quien directamente pidió su jubilación. En un atónito ejercicio de verso suelto tras haber firmado un pacto que pretendía impulsar la investidura del todavía presidente en funciones, Rivera abrió la caja de los truenos al extender sobre la Cámara la duda existencial que persigue desde el rey hacia abajo a buena parte de la ciudadanía española. Lo hizo horas después de Felipe González, a quien precisamente Rivera dedicó el miércoles tantos elogios como a Adolfo Suárez por su búsqueda del entendimiento entre diferentes. Suficiente para que empiece a correr la sangre mediática durante las próximas semanas.
Más inmediato, el comprensible cabreo del PP con Ciudadanos por semejante afrenta en el momento menos adecuado, si es que todavía queda alguno entre tanta sinrazón. ¿Y si es una solución? Puede ser porque esto es política, estúpido, pero resulta impensable para el corazón del PP asumir tamaño desaire tras superar en 52 escaños a su inmediato perseguidor ahora mismo y que mañana pueden ser bastantes más.
Eso sí, nadie duda de que sin Rajoy no habría elecciones. Toda una victoria de Sánchez como premio a la numantina resistencia sin mover un músculo, pero totalmente injusta. La calculada ambigüedad del todavía líder socialista durante más de dos meses seguidos -a descontar sus períodos de vacaciones- será estudiada posiblemente en másteres de psicología política. La patética urgencia de sus colaboradores para precisar angustiosamente que tampoco ayer el candidato socialista se había ofrecido a liderar una alternativa desde la tribuna produjo hilaridad. Con su política de mano sobre mano para disfrutar cuando pase el cadáver de su enemigo -¿y si al final no muere?-, Sánchez fía su suerte a eliminar a Rajoy, sobre todo, y a ganar tiempo para retrasar su defenestración en el PSOE. Quizá sin proponérselo, Rivera al poner en su boca algo más que un deseo le acaba evitando el trago de otras elecciones.