LA judicialización de la candidatura de Arnaldo Otegi a lehendakari por EH Bildu es una película de guion conocido pero con la taquilla asegurada por el morbo que entraña. Recrea en el fondo aquel argumento cansinamente repetido en los hirientes años del plomo donde la ilegalización de muchos pasos de la izquierda abertzale tan sumisa entonces a ETA contribuía, sin embargo, a engordar su granero electoral. Y reaparece paradójicamente en un escenario sin violencia como si se tratara de librar cuentas pendientes en una sociedad que no acaba de encontrar la vía efectiva de su reconciliación. Lo hace, además, bajo la sutil amenaza de llevarse por delante la imperiosa necesidad de un debate sereno y con una exigente visión de futuro sobre las cuotas de bienestar, el apuntalamiento de la recuperación económica, el paulatino recorrido hacia a igualdad y el modelo actualizado del autogobierno vasco. Aún peor, el veredicto del Tribunal Constitucional enrarecerá a buen seguro el clima político de la nueva legislatura del Parlamento Vasco cualesquiera que sea el signo de su veredicto.

Más allá del desenlace, es fácil concluir que EH Bildu y quienes exigen la inhabilitación del candidato Otegi ya han encarrilado sus respectivas campañas del 25-S. La izquierda abertzale no necesita desempolvar en los próximos días ninguna carpeta sobre iniciativas en asuntos sociales o la viabilidad del sector industrial vasco. Le vale con atender a la vía judicial abierta y aludir hasta la saciedad al histórico ensañamiento del Estado de Derecho con las libertades que, de paso, refuerza su apuesta ideológica de ruptura definitiva con España. Vaya, la apelación al víctimismo siempre tan rentable aunque en coyunturas bien distintas. Cabe la duda de si supone un gancho suficiente para recuperase de sus últimas caídas electorales teniendo en cuenta que su directo rival, Podemos, le está mostrando su solidaridad con la causa desde el primer día.

En el bando contrario, el PP no va a soltar la bandera de la inhabilitación. Lo entiende como una exigencia intrínseca a su razón de ser para consolidar a su electorado dentro pero también fuera de Euskadi. Incluso, le habilita un fácil discurso para sortear el sofoco de responder a quienes le cuestionen el ataque de hostil centralidad exhibido por el Gobierno Rajoy y la inacción sobre las asignaturas pendientes que deja el nuevo entorno de paz.

Pero es EH Bildu quien tiene la auténtica patata caliente. Sin Otegi en las listas, nunca se sabrá el impacto efectivo en las urnas de su icono largo tiempo idealizado aunque, por contra, le asegure la disculpa inmediata si las cosas no acaban por enderezarse. Eso sí, por encima del resultado siempre aflorará la sospecha permanente sobre porqué no se recurrió en su momento la inhabilitación accesoria del líder abertzale, que ahora se antoja como una oportunidad perdida cuando no una estrategia. Para muchos, escuchar ahora que no se quería dar tres cuartos al pregonero -sinónimo del ministro Catalá- es una tarea de difícil digestión.

Finalmente, si Otegi acaba por romper los pronósticos, los truenos desde Madrid sonarán atronadores, favorecidos por la inestabilidad que provocaría el presumible fallido intento de investidura de Mariano Rajoy. En todo caso, la suerte del candidato soberanista incita a la borrasca política cuando se abra la nueva legislatura en Euskadi. Otra vez el soniquete de vencedores y vencidos, de democracia incompleta o de terroristas en el escaño. La misma fatalidad que parecía superada.