UNO de los grandes desvelos de las fuerzas políticas, sociales y económicas -y algunas otras que mejor no nombrar- españolas ha sido siempre la asimilación de Euskadi y de los vascos en esa su indisoluble nación. Sin embargo, cada día que pasa se comprueba que las agendas no concuerdan. Una de las frases favoritas del candidato del PP, Alfonso Alonso, y que repite durante esta precampaña, es que si a España le va bien, al País Vasco le va bien. Afirmación, por otra parte, bastante obvia. Lo que no dice el exministro es que, generalmente y más aún desde un largo tiempo a esta parte, a España le va bastante fatal, y no solo desde el punto de vista económico. Y eso arrastra a Euskadi y le impide avanzar como un ancla echada a una embarcación.

Lo ha dicho Ciudadanos, hasta ahora único colaborador necesario -pero no suficiente- para una posible investidura de Mariano Rajoy: las conversaciones con el PP están “encalladas”, lo que vendría a significar que están atascadas dentro de un bloqueo generalizado en el marco de una parálisis global con un gobierno que lleva un año en funciones -o sea, parado-, y lo que te rondaré. Por ello es tan complicado aislarse del clima en el Estado, teniendo como tenemos unas trascendentales elecciones vascas a la vuelta de la esquina, polarizadas, de momento al menos, por el veto a Arnaldo Otegi como candidato.

Y es curioso, porque dice Alfonso Alonso, cuyo laboratorio de ocurrencias debe estar de vacaciones, aunque él aún no lo sabe, que el PNV se está “sanchezficando”, en alusión a la coincidencia de jeltzales y Pedro Sánchez en el no a Rajoy. Pero resulta que es su pretendido socio, Ciudadanos, que está rebajando tanto sus exigencias que ya son irreconocibles, el que asegura que el PP está diciendo “que no a todo” y que los populares no tienen “voluntad política” para un acuerdo de regeneración. ¿Quién es, entonces, el rey del no?

Así que con ese horizonte, cada vez menos descartable, de que tengamos que volver a votar en Navidad -los expertos descartan que con un gobierno en funciones se pueda buscar una triquiñuela en la Ley Electoral para impedirlo-, los vascos afrontamos la campaña en Euskadi con el indisimulado y saludable empeño de izar el ancla y navegar. Porque, ¿de verdad que la agenda vasca -se llame como se llame- coincide con lo que se está planteando en Madrid? ¿Se sienten identificados los vascos con las conversaciones PP-Ciudadanos, sus dimes y diretes, sus prioridades, etc.?

Euskadi, evidentemente, no es una isla, pero sí debe aislarse del ruido paralizante y centrarse en los retos principales para los próximos cuatro años y, quizá, para la próxima generación. Entre ellos, precisamente, lograr el suficiente blindaje como para que la -mala, pésima- política del bloqueo le afecte lo menos posible. Si es que alguna vez conseguimos tener una campaña normal.