JUGAR en viernes, una jornada sin tradición futbolística, a las 20.45 horas y con una temperatura estupenda tiene sus ventajas si la historia acaba así de bien, con un resultado valiosísimo, porque permite virar en redondo el rumbo de la errática nave rojiblanca, salir de la densa niebla que nublaba las entendederas de sus jugadores y sentarse tan ricamente a ver lo que hacen los demás contendientes: Cómo cacarean ahora quienes parecían gallos rumbosos, pongamos que el Sevilla y Valencia, o flaquean Celta y Málaga, que arrancaron por la Liga en plan revelación. También permite a los periodistas y forofada en general hacer lo que más nos gusta: especular sobre la nueva coyuntura del Athletic, surgida tras encadenar cinco partidos consecutivos sin perder, con once puntos de quince posibles; y echar una torva mirada hacia atrás para recriminar a los chicos por zascandiles, más que zascandiles, a quién se le ocurre perder con el Rayo, Granada y Málaga, o empatar ante el Eibar en San Mamés, con lo contentísimos que habríamos estado de haber hecho los deberes en vez de sumirnos en un lío mental tremendo, hasta el punto de imaginar que el fragor del pasado año tan solo fue un hermoso sueño. Y no te cuento nada el desengaño con la Liga de Campeones, que ya nos veíamos en octavos sin bajarnos del autobús y ahora hay que pelear con el vulgar BATE Borisov por saber quién es el más torpe del grupo.
Poco más se puede añadir a lo ya contado sobre el partido ante el Espanyol. No hubo alardes (lo de jugar bien al fútbol sigue pendiente), la eficacia fue descomunal y se recurrió sin rubor alguno al pelotazo y tentetieso, porque se trataba de ganar como sea, y así fue verbigracia Aduriz (¡ay! el día que nos falte). Se acreditó que, efectivamente, el título de Pichichi de Segunda que engalanaba el fichaje de Viguera no era leyenda urbana y, sobre todo, se pudo constatar que los jugadores del Athletic han perdido el miedo y están recuperando la autoestima. Con esta alentadora situación, volvamos a la senda de la especulación: la temporada pasada el Sevilla, gran rival del Athletic por la cuarta plaza, ocupaba la decimotercera posición tras la duodécima jornada, con 13 puntos, dos menos de los que ahora tienen los rojiblancos, y le dio tiempo para llegar a la pelea por la Champions. Es decir, aún se puede fantasear, pues de eso vive el hincha. De la ilusión (razón por la cual hay tanto iluso suelto).
Mención aparte merece Ander Iturraspe, por el golazo (¡aleluya, hermano!) y porque comienza a recomponer su figura, adornándola además con un bigotillo que... allá él, pues a lo mejor el chico se ve guapo, y resulta que no es por eso, sino que se trata de un gesto de apoyo al movimiento Movember para tomar conciencia sobre el cáncer de próstata y testicular. Así que por eso marcó el gol que marcó, el muy ladrón, para que la cámara tomara un primer plano de su rostro pletórico de felicidad (y captara su ridículo, y por eso llamativo, bigote).
A la espera de que el bravo centrocampista también anote goles sin causa reivindicativa mediante, la jornada estuvo pletórica de acontecimientos. David Moyes debutó sin pena ni gloria como entrenador de la Real; Messi superó al fin el récord de Telmo Zarra como máximo goleador histórico de la Liga y lo que te rondaré morena, pues la criatura apenas tiene 27 años; y en Eibar se festejó la visita del Real Madrid, acontecimiento que recorrió el mundo, transmitiendo la casta y buen rollo que gastan en la ciudad armera, aunque el partido transcurrió por los cauces clásicos: Goliat aplastó a David con la pertinente ayuda arbitral, la cual no era necesaria, pero forma parte del rancio guion; y otro pequeño, el Rayo, ofreció una hermosa lección de solidaridad comprometiéndose a pagar el alquiler a Carmen, de 85 años, desahuciada por avalar a su hijo. Tan solo es un gesto, pero aprovechando el altavoz que ofrece el fútbol, el Rayo puso trueno a otro descomunal atropello. Una anciana de Vallecas, analfabeta, que se queda sin el hogar y refugio de cincuenta años de su vida, en una ciudad donde existen miles de casas vacías a cuya sombra medra la usura.