DESDE que Leo Messi tuvo a tiro el récord del legendario Telmo Zarra como máximo goleador de la historia liguera una especie de maldición parece que persigue al menudo artista argentino, pues no encuentra la forma de atinar con las últimas pinceladas que den lustre y suntuosidad a su magistral obra futbolística. Llegará ese día, más temprano que tarde, pero fue acariciar la longeva plusmarca (Zarra dejó el Athletic al concluir la temporada 1954-55) que aún detenta y no hay manera. Frente al Eibar Messi las tuvo de todos los colores, pero el portero Irureta sólo le permitió anotar uno. Messi se quedó a un gol para igualar el registro (250 frente a los 251 de Zarra, aunque el mítico delantero erandiotarra los consiguió en 278 encuentros y Messi ya lleva 288). Después, ni contra el Real Madrid, ni frente al Celta ni ante el Almería el pasado sábado pudo alojar el balón en las mallas de la meta contraria pese a sus quince disparos a portería contabilizados y otros tres balones estrellados contra los palos, amén de las magistrales actuaciones que tuvieron los cancerberos rivales, como si un dios griego, tan caprichosos ellos, manejara los hilos de esta singular aventura con traviesos requiebros.
El gran Telmo Zarraonaindia puso fin a su fantástica carrera en el Athletic a los 34 años de edad, con naturalidad, asumiendo que su tiempo de esplendor había pasado y la contundencia goleadora del equipo estaba sobradamente garantizada con Eneko Arieta y Piru Gainza, y luego con Artetxe, y más tarde con Uriarte y así... aquellos tiempos.
Ahora, en cambio, tenemos que rezar al Altísimo para que cuide con denuedo la salud del veterano Aritz Aduriz, pero el Altísimo no está para este tipo de sinsorgadas. Así que, con el delantero donostiarra de baja, la cuestión del gol en el Athletic depende de una conjunción astral, o acaso, por ventura, de que alguno de esos dioses griegos, tan veleidosos, tuviera a bien entretenerse un rato con el equipo bilbaino, pero sin aviesas intenciones.
Y para mí que algo hubo, pues no se explica de otra manera que Ernesto Valverde tragara sapos, desesperado como está por la cuestión, y convocara para Valencia al proscrito Kike Sola. La sintonía del Athletic con el gol roza lo estridente. Todo el voluntarismo expresado por la tropa rojiblanca en Mestalla se diluyó ante la palmaria incapacidad de sus jugadores para generar situaciones de peligro sobre la portería contraria, y en estas circunstancias la probabilidad de conseguir un gol es una entelequia. Y tan desesperado seguía estando Ernesto Valverde ante tan elocuentes evidencias que arrojó la toalla: Kike, calienta.
Para mí que algún sátiro del séquito que acompaña a Dioniso estuvo un rato enredando, pues a Guillermo, recambio natural de Aduriz aunque siga en fase ni las huele, le dio un tirón y tuvo que abandonar el campo. Y como el otro, Viguera, también está en fase ni las huele, allá terminó apareciendo en su lugar Kike Sola. Tan repeinado y estirado, con porte y estampa. No crean que el Valencia estaba mejor, pese a tener en sus filas a Paco Alcácer, la nueva joyita de Vicente del Bosque, poco inspirado, como Piatti o Rodrigo, de tal forma que el entrenador valencianista Nuno Espirito Santo se vio obligado a recurrir a Negredo. O sea que Espirito Santo tenía en la recámara munición de grueso calibre y Ernesto Valverde sacó a su escopeta de feria preferida.
No es que Sola hiciera nada del otro mundo en los diez minutos escasos que disputó, pero me parece que transmitió buenas vibraciones. Para empezar, le respondió al alemán Mustafi con un empujón como diciendo: yo también sé marcar el territorio, e inoculó en la defensa valencianista el veneno del desconcierto, de tal forma que mientras el sátiro tocaba la flauta allá apareció Etxeita (¡es él, otra vez!) para estampar el balón en la cara de Diego Alves, que de esta forma tan rotunda evitó la derrota del Valencia a tres minutos del final.
Hubiera sido un premio excesivo, pero de la justa futbolística se pueden extraer dos conclusiones: Que el Athletic si marca un gol es por casualidad, y sin embargo ha recobrado el brío, el pulso competitivo, y arrancado un punto de calidad.