Sevilla tiene un color especial, Sevilla sigue teniendo su duende; me sigue oliendo a azahar, me gusta estar con su gente... cantan Los Del Río, misteriosa reina mora, y olé.

En esta copla hay un arcano, no hay duda. Un misterio insondable donde se refugian asuntos ignotos, lo desconocido, el Séptimo Sello, pues después de darle vueltas y más vueltas a la insoportable levedad del Athletic; de teorizar sobre las causas de la súbita transformación de equipo potente y resultón en congregación de avefrías; después de analizar hasta el hartazgo sobre sus consecuencias y posibles remedios, resulta que viene el Sevilla a San Mamés, tan altivo y desafiante, capitaneado por el catedrático Unai Emery, y ¡viven!

El Sevilla les pone a los jugadores rojiblancos, está claro, y agita con buen palpito a la hinchada, que de buena mañana peregrinó a San Mamés radiante, Sevilla tiene un color especial..., no en vano cada vez que se ha repetido un enfrentamiento semejante con ellos, cuajado de miedos y perspectivas, se ha obrado el sortilegio.

Recordamos a José María del Nido, el pobre, ahora en la trena por chorizo: “Nos vamos a comer el león desde la melena hasta la cola...”, dijo en vísperas de aquel 3 de marzo de 2009, removiéndonos las tripas con su jactancia, y también el orgullo encriptado en tantos años de frustración, y aquel Athletic dio lo mejor de sí mismo hasta ganar con brillantez (3-0) y clasificarse para la final de Copa veinticuatro años después. Fue una victoria sustancial, Sevilla tuvo que ser, con su lunita plateada.., un salto cualitativo que terminó definitivamente con una de las etapas más sombrías en la historia rojiblanca.

Y sin ir más lejos, el pasado 27 de abril, el Sevilla llegaba a Bilbao como el gran oponente, el único rival que podía arrebatar al conjunto de Ernesto Valverde la cuarta plaza, el derecho a soñar con la Champions. Y volvió a ocurrir lo mismo. La perfecta conjunción entre futbolistas y aficionados, que cálidamente arroparon a la tropa con su entusiasmo. Fue en la jornada 35, el Athletic venció 3-1 y sacó una distancia de seis puntos que supo administrar hasta el final.

Así que, después de la victoria en Almería, conseguida de aquella manera pero conseguida a fin de cuentas, llegaba el Sevilla, con su vitola de campeón de la Europa League, enorme fondo de armario para refrescar sus fuerzas sin que se note, y la posibilidad de alcanzar el liderato de la Liga, por delante del Barça y Real Madrid, un golpe de enorme carga emotiva. Desde el comienzo se notó la dimensión del plan, pues Emery propuso un partido a toda pastilla, con una presión asfixiante y relativizando el buen trato con el balón. Marcando el terreno, como hacen los recios machos, convencido de que trataba con una cuadrilla de pusilánimes, según se había podido atestiguar a lo largo de esta infausta temporada. Pero a los 30 segundos resulta que Aduriz vio la primera tarjeta por ímpetu desmedido, prueba evidente de cómo andaba de excitada la muchachada de Valverde. A los 12 minutos anotó un espléndido gol, que fue suficiente para amarrar una victoria de gran valor por el alcance psicológico que se le intuye para salir de la atrofia futbolística. A los 28 minutos el bravo delantero donostiarra tuvo que dejar el campo de juego lesionado, y sin embargo no hubo síntomas de pánico: Sevilla, tan cariñosa, tan morenita, gitana... y además el Bálsamo de Fierabrás. Dando por descontado que sin Aritz Aduriz la cuestión de marcar otro gol se antojaba misión casi imposible, se manifestó entonces la otra cara del enigma, no en vano era Sevilla, que enamora al cielo y llena de felicidad San Mamés: ahí se alzó hecho un león Etxeita, uno de los defenestrados de Valverde, convertido en baluarte de una defensa inquebrantable, héroe y símbolo de la resurrección rojiblanca, paradojas de la vida, y en tan solo dos partidos de trecho.

Sevilla tiene un color especial, no hay duda, pero después de Sevilla llega el Oporto, y después el Valencia, ¡y sin Aduriz!, y entonces, ¿qué? Bonita pregunta.