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La mochila del soldado francés

No por nada la historia le recuerda como el más grande estratega de todos los tiempos. En cuestiones de previsión, el gran Napoleón aseguraba que todo soldado francés lleva en su mochila el bastón de mariscal. No es ese el equipaje que hoy carga a sus espaldas el usuario común del metro pero ya está avisado. Mañana parará el metro cuatro horas y se agradece el anuncio, sobre todo, para poder buscar una vía de escape, para poder trazar un plan de fuga. Lo que duele es que uno planee llegar a las tantas y las tantas se conviertan las taitantas, qué se yo, porque la carroza se haya convertido en calabaza.

Parece improbable que suelten la vara de mando quienes hoy la manejan con mano de hierro. Es tanta la presión, tan grande la asfixia sobre quienes trabajan en el subsuelo, que han decidido tomarse un respiro. Aseguran los sindicatos que la dirección del metro se pasan de continuo lo acordado por el arco del triunfo que, como todos ustedes saben, en cuestiones de Metro Bilbao es el que da entrada y salida a cada túnel del metro. Al parecer, los negociadores tensan la cuerda con la esperanza de que el contrario la suelte por miedo a que se rompa. Aseguran que siempre ocurre lo mismo: presión, presión y una solución a medias cuando el reloj aprieta. Esa táctica ha llevado al hartazgo a un buen número de trabajadores que se sienten incómodos trabajando con algo ceñido al cuello.

Hay que agradecer, insisto, la deferencia de avisarnos. Al menos seremos rehenes informados de un conflicto que va a causar múltiples daños colaterales. Durante los últimos meses, la historia era otra bien distinta. En su absoluta ingenuidad, el usuario del metro validaba su billete con la esperanza de que nada malo podía pasarle. Preso de las canceladoras, era entonces cuando la maquinaria entraba en acción: retrasos por averías insólitas, falta de información y una cara de llevar cuatro, cinco, seis, siete en la última mano del mus. Mañana no, mañana validará el billete la madre del topo, es decir, topota madre.

No es elegante este vocabulario, lo sé. Y merezco que se me lave la lengua con jabón. Estoy dispuesto. Por donde ya no trago es por que el viajero pague los platos rotos cuando ya van unas cuantas vajillas hechas añicos. ¡Que se arreglen las cosas y los casos de una vez!, clama el pueblo. Conviene escucharle. No sería la primera vez que, harto de ser el último de la fila, el ciudadano deserte y se pase al ejército enemigo, al de los soldados franceses dispuestos a dejarse el alma por su coronel. Por su caída, quiero decir.