Hubo un año en que La Charanga del Tío Honorio apareció de la nada y lanzó al espacio aquello que entonces se llamaba un hit parade. La canción, se acordarán los lectores de cierta edad, comenzaba con una pregunta -"¿Qué se puede hacer con el cerdo del Tío Honorio?"- para desgranar, a continuación, una sucesión de preguntas. Todas ellas tenían respuesta (algunas, chiripitifláuticas...), como si los integrantes de aquella orquesta de verbena fuesen descendientes de las pitonisas que habitaban en el corazón del templo de Apolo, en el mismísimo Oráculo de Delfos.

He ahí lo que pide el pueblo: respuestas. Las buscó en el viento Bob Dylan en aquella canción inmortal, Blowin"in the wind, donde cada pregunta era un obús (recuerden algunas estrofas: ¿cuántas muertes serán necesarias hasta que él comprenda que ya ha muerto demasiada gente?; ¿y cuántas veces puede un hombre volver su cabeza, fingiendo simplemente que no ve?, tan al uso de hoy, cuando medio mundo islámico se rebela y el otro medio se afana en apagar ese viento de libertad a empellones de los ejércitos ...) y las busca la calle en el 010, un número de teléfono desde el que se ofrecen soluciones que, como todos ustedes saben, es la mejor versión posible de una respuesta. No por nada, hace ya tiempo que la filosofía definió al optimista como el tipo que encuentra una respuesta para cada problema y al pesimista como aquel que ve un problema en cada respuesta.

Al parecer el 010 se nutre de dos productos naturales: el vino y el aloe vera. Quiere decirse que mejora con el paso de los años y que cada día se le descubre una nueva propiedad. Puestos así, y si alguien ha sido capaz de llamar para preguntar por el sexo de la Pantera Rosa las eficientes operadoras que ponen voz, diligencia y paciencia al otro lado del aparato seguro que hubiesen encontrado un retiro tranquilo para el gorrino de la canción. Puestos en serio, el teléfono saca de apuros, agiliza trámites, resuelve dudas, enseña el camino. En fin, que facilita la vida.

Más allá de esa capacidad de acercar el Ayuntamiento a casa (la montaña va a Mahoma...), que sin duda resulta gratificante y eficaz, en esta historia subyace uno de los grandes males de nuestro tiempo: la ausencia de compañía. Duele escuchar que un buen número de llamadas se cursan en busca de conversación, ya sea buena o mala. El viejo escritor Víctor Hugo escribió con el colmillo afilado, las entrañas en la mano y la verdad por bandera cuando dijo aquello de que el infierno está todo en esta palabra: Soledad. Tengo por cierto un pensamiento que, sin ser propio, ronronea por mi interior desde hace años: el instinto social de los hombres no se basa en el amor al prójimo, sino en el miedo a quedarse solo. Habrá quien dice que busca la soledad como refugio pero tengo por cierto que ésa, la elegida, es una soledad atareada.