Cuando la victoria no sabe a dulce
La primera victoria del Athletic ocurrió allá en agosto, en Alicante, frente al Hércules. Luego la Liga paró por los compromisos de las selecciones y cuando se reanudó el campeonato aquel triunfo fue como un sueño jocoso, mecido en una siesta a la sombra de la canícula estival. Quizá junto a una playa estupenda, sintiendo las caricias de un aire húmedo, pero tibio, hasta el punto de que con el paso del tiempo no se sabe muy bien si dicho triunfo fue una fantasía o ocurrió de verdad, y si realmente ocurrió aún cabe la duda de si sucedió en un bolo de verano o en el primer partido oficial.
Muchas, muchísimas lunas después, en una fría tarde preinvernal, el Athletic volvió a ganar un partido lejos de San Mamés, ¡albricias!, frente al Levante, eso sí, el club más pobre de la división, pero con un puñado de futbolistas corajudo, pobres pero honrados, capaces ¡ojo! de frenar en seco al mismísimo Real Madrid o vencer al Atlético en cercana fecha.
En consecuencia, la hinchada debería estar más contenta que unas pascuas, y la canalla de la prensa también, pues los muy listillos, en vez de ponderar la victoria en lo que vale, pues consolida al equipo en las puertas de Europa, se dedican sobre todo a sacar los defectillos. A saber:
De un lado han puesto a bajar de un burro a Caparrós por sacar tanto centrocampista defensivo y solo un delantero; y encima prescinde, el muy chulo, de Muniain justo cuando la mayoría de edad legal le alcanza cubriéndole de loas y esperanza. Por otro criminalizan al portero Gorka Iraizoz por alternar sistemáticamente paradas estupendas con errores garrafales, lo que le convierte en una auténtica bomba de relojería capaz de estallar cuando menos te lo esperas y hacer saltar por los aires todo el esfuerzo colectivo; y qué decir de Aitor Ocio, ese central acabado, al menos para lucir palmito en un equipo de abolengo como es el Athletic.
Nos acordaremos del magnífico gol de Gabilondo, porque por fin además de bello resultó efectivo, la eficacia Javi Martínez que, junto a la mala suerte del Levante, hicieron posible la victoria, pero enseguida regresaron las sombras. Se retiró lesionado Fernando Llorente y cundió el pánico y la desolación cuando imaginamos a este equipo sin su presencia, o vimos sobre el césped a la única alternativa que hay, el bravo, brioso, pero limitado a los efectos, o sea, el gol, Gaizka Toquero.
Acabó el partido con regusto a victoria amarga, sabiendo además que asoma en el horizonte la Copa y la convicción en una eliminación certera, visualizando a los chicos saliendo al coliseo azulgrana al grito de: ¡Ave Barça, los que van a perder de saludan...!
Como saben, el Barça arrasó al Espanyol en su propia guarida con un juego cada vez más espectacular y letal. Realmente esta gente pertenece a otro planeta futbolístico. Habitan en el parnaso, sobre todo si se le compara con la única alternativa posible, el Real Madrid, que anoche salió vivo del duelo planteado por el Sevilla y cuyo único espectáculo lo ofreció después su entrenador, José Mourinho, con una demencial exhibición de histrionismo victimista y asombrosa demagogia.