Nada nuevo bajo el sol
Hacia el minuto 65, cuando más apretaba el Valencia, el colegiado guipuzcoano Pérez Lasa decidió expulsar a David Albelda por doble amonestación. Luego escribió en el acta: "Albelda recibió su primera cartulina amarilla en el minuto 9 por encararse con un jugador contrario sin llegar a insulto ni amenaza". La segunda la justifica por "jugar un balón con el brazo cortando el avance del equipo contrario".
Al parecer, encararse con un colega es un delito para Lasa y como todo el mundo sabe, Albelda no tocó el balón con el brazo. Se lo inventó el árbitro, poniendo puente de plata a la victoria del Real Madrid.
Con un jugador menos, el rocoso sistema de contención del Valencia se vino abajo, el Madrid ganó en confianza, Ronaldo tuvo más espacios para anotar los goles de la victoria merengue y el sistema interplanetario recobró su equilibrio, sabido que el Barça poco antes también había ganado su partido ante Osasuna casi sin bajarse del autobús.
Mientras miles de personas juraban en lo más sagrado por la brutal huelga de controladores, los artistas de Guardiola dormían en su parnaso, inmutables y absolutamente ajenos a las miserias humanas. No. La huelga de controladores no iba con ellos. El Barça, como siempre, tomará el avión el mismo día del encuentro. Alguien despertó al gran timonel blaugrana: ¡Eh, míster, que no lo aplazan, que no hay aviones ni para nosotros, que no llegamos al partido...! Llegaron. Tarde y apurados, pero llegaron. Y por si alguien tenía la peregrina idea de impugnar el partido, el Barça disponía de un aval expedido por la Federación y la propia Aena en el cual se aseguraba que si sus ilustrísimos sobresalientes del balompié tenían algún contratiempo, el partido ante Osasuna se trasladaría al día siguiente, domingo, pasando por alto la opinión del club navarro y la paciencia de su afición; la reglamentación, el sentido común o la lógica de los parias, esa gente que mientras tanto sufría la incontinencia de los controladores aéreos, que han pasado de cobrar 350.000 euros a 200.000 y están indignadísimos, natural.
Un árbitro servicial que expulsó a un jugador clave del equipo contrario en el momento preciso y la cobertura oficial dispensada para mayor comodidad viajera de los magos blaugrana han servido para que se mantenga inalterable e incandescente la pelea interestelar que mantienen el Real Madrid y el Barça hasta el final de su campeonato, como en la Liga escocesa, porque hay demasiados intereses creados para que así suceda.
En la otra Liga, la cosa tampoco ha ofrecido grandes sorpresas. El Athletic, por ejemplo, sigue pifiándola fuera de San Mamés, circunstancia que sin embargo tiene su lado amable. Había que ver el gozo de la hinchada txuri-urdin, alimentado a la sombra de tres años penando en Segunda División. Ese Odón Elorza centelleante, a quien ya no molestaron para nada las pistas de atletismo de Anoeta. El gentío al borde de la levitación, haciendo la ola, aplaudiendo a ritmo de tamborrada mientras allá abajo, sobre el césped, la Real le daba una lección futbolística al equipo de Joaquín Caparrós.
Para mí que todo eso estaba hecho a posta, de lo mal que jugó la tropa rojiblanca, como un cálido gesto de bienvenida hacia el hermano que estaba descarriado y recobra la buena senda. Al fin y al cabo, Bizkaia, a falta de derbis, últimamente había encontrado otro tipo de satisfacciones en territorio guipuzcoano, como traerse de vuelta la Bandera de La Concha, que eso sí que luce, y perder un partido en campo ajeno no deja de ser lo corriente y habitual. El partido, además, ha servido para recobrar una estampa inédita en este fútbol tan canalla: que es posible la absoluta convivencia entre dos aficiones, al amparo de una ikurriña cargada nostalgia o el sentido homenaje a Xabier Lete. El reencuentro en suma, cuando la competición carece de urgencias y dentelladas. Hay que animarles, pues hace cuatro años, cuando bajaron a Segunda, los muy malandrines sólo tuvieron en cuenta los puntos que el Athletic se llevó de Donostia, como si fuera el único culpable de la hecatombe.
Eso sí. Tampoco faltó el habitual gol del Athletic, aunque esta vez en propia meta, para mantener las estadísticas. San José, autor además del penalti que abrió el marcador, gritó: ¡tierra, trágame!, y vamos a dejarlo ahí. Bastante tuvo el muchacho.