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Extraño, raro, divino

Extraño, raro, divinoFoto: efe

Hay que ver lo cabronzuelo que es el fútbol, capaz de transformar en un instante el más tedioso de los partidos en un estruendoso jubileo, pues con las campanillas del último minuto, ¡zas!, apareció Gurpegi anotando el único gol con un arranque de casta descomunal que dejó a todos pasmados, especialmente a la parroquia rojilla, que se las prometía tan felices, y sobre todo a la hinchada local, que estaba desolada, descorazonada, aburrida y encima congelada, y de súbito le entró un calentón de aúpa, y se puso más contenta que unas pascuas y perdonó a todos después de haberles mandado mil veces a los infiernos.

¡Que grande es el fútbol!, que trasmuta miles de rostros en un segundo, y convierte el peor partido jugado por el Athletic en toda la temporada y más allá en un ¡aleluya! y tres balsámicos puntos justo cuando zozobra (aunque no es el momento de los análisis, sino para dar rienda suelta a las sensaciones) la fiabilidad del equipo y la credibilidad de su técnico, Joaquín Caparrós.

Fue un partido tan extraño que Osasuna, sin alinear delantero alguno, casi sin querer, convirtió al portero Gorka Iraizoz en el héroe de la función hasta la salvaje irrupción de Gurpegi, lo cual es una feliz noticia después de haber renovado su contrato con la memoria caliente y puesta en un buen puñado de pifias.

Fue un partido tan horrible que para escapar del hastío la imaginación se entretuvo con alguna maldad que otra. Por ejemplo: ¿Será capaz Amorebieta de igualar el récord de nueve expulsiones que detenta Urrutia?, cuando el bravo central rojiblanco vio la tarjeta amarilla por una de esas descarriadas acciones que comete sin venir a cuento y casi se gana a pulso la segunda; y buscando explicaciones al errático caminar de los futbolistas, teniendo en cuenta que tampoco había viento sur, sino todo lo contrario, a lo peor resulta que el subconsciente gastó una mala pasada a tanto navarro a nómina como tiene el Athletic, pues Osasuna al fin y al cabo es el equipo de la tierra y está como para dar penica. Caparrós en vez de utrerano parecía de Caparroso y entre tamaña confusión un jugador iba y le pasaba al contrario la pelota, y viceversa, mientras sobre el césped de San Mamés reinaba el más absoluto caos táctico, técnico y estratégico.

En esas, el entrenador del Athletic miró desolado al banquillo y, en un acto desesperado, se encomendó a Vélez. También rezó por lo bajines y cuando parecía inevitable un empate como mal menor surgió la figura luminaria de Gurpegi. La gélida noche de San Mamés se llenó de resplandor con el relámpago, la hinchada volvió a casa feliz de la vida y Caparrós resumió así la cosa: "han sido la Virgen de Begoña y la de la Consolación", patrona de Utrera.

O sea, que a lo mejor hubo amparo divino. En este mundo ingrato siempre hay que tener fe y encomienda, por lo que pudiera pasar. Eso ha hecho Ángel María Villar en vísperas de saber si los 22 hombres justos de la FIFA otorgan el próximo jueves la organización del Mundial de 2018 a la Candidatura Ibérica. Villar pone una vela a Dios y otra al diablo. Por un lado se ha trabajado convenientemente las voluntades de los susodichos 22 hombres justos y por otro le ha llevado la Copa del Mundo, como si fuera el Santo Grial, a monseñor Rouco Varela para que el Altísimo tome partido y la Iglesia siga participando de "los dolores y gozos de sus hijos" ibéricos, naturalmente, y cristianos viejos ¡ojo!, dijo Villar al ilustrísimo cardenal.

Esta resaca resulta extrañísima, pues sucesos sorprendentes han ocurrido y están a punto de ocurrir otros aún más alucinantes, no en vano arrastramos otra resaca, de puro hartazgo, sobre algo que todavía no ha sucedido: el Barça-Real Madrid, considerado el partido más importante del mundo y sin embargo Zapatero no le ha atizado con el llamado decreto Cascos, aunque sea un gesto indisimuladamente demagogo, para que puedan verlo por televisión culés y merengues, moros y cristianos, ricos y pobres. En cierto modo, está bien que el Barça-Real Madrid se juegue en lunes, porque navega en otra órbita. Su particular liga además trasciende al grandioso fenómeno futbolístico. En puridad, y hasta que no acabe el partido del siglo el nacionalismo catalán no podrán cantar en toda su dimensión: ¡Victoria!