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Haciendo amigos

Haciendo amigosFoto: afp

Más, más grita Cristiano Ronaldo mientras agita ostensiblemente las palmas de sus manos hacia arriba. "¡Más, más!". El crack portugués está enardecido, encantado de la vida sintiendo caer sobre él toda la furia de la hinchada gijonesa. Cristiano sabe que sus aspavientos duelen. Intuye que la afición del Sporting está muy cabreada. Eso, parece, le excita ¡Que se jodan! "Más, más". El Madrid sale invicto de Gijón, y él indemne de la salvaje tarascada que le atiza el zascandil Botía en el último instante del partido, cuando el jugador luso galopa pegado al balón y a la banda esperando precisamente eso, recoger la impotencia del rival.

Botía fue expulsado de inmediato por el colegiado Turienzo Álvarez, poniendo criterio a un partido verdaderamente canallesco.

Porque, ¿qué hubiera pasado si la patada final de Botía rompe la pierna zurda del ferviente Cristiano? ¿Habría tenido el astro madridista las mismas ganas de tocarle a dos manos la moral a la afición rival o habrían temblado los cimientos del imperio blanco? ¿Florentino Pérez pondría precio a la cabeza de Preciado por calentar el partido metiéndose de vísperas con su altanero José Mourinho? ¿Tendrá la valentía de despedir al soberbio entrenador luso o llamarle al orden por haber conseguido consensuar una mayúscula animadversión hacia el Real Madrid por toda la piel de toro, salvo en Portugal?

De lo malo, a Ronaldo no se le ocurrió hacer una espaldinha, gesto técnico y "preciosista" (Valdano dixit: quien te ha visto y quién te ve) del susodicho para burlarse del contrario y mostrado en sociedad en el anterior derbi madrileño.

Concluido el partido con mucho ruido, pero sin víctimas ni prisioneros, del Sporting-Real Madrid se deducen al menos cinco cosas. A saber:

Que Manolo Preciado, acusando a Mourinho de "canalla", se ha convertido en una especie de Espartaco del fútbol estatal, abanderando una verdadera rebelión de parias y modestos del gremio contra el endiosado técnico.

Que gracias a su engreído entrenador y los gestos de desprecio hacia el contrario de Cristiano, el Real Madrid, que presume de señor, ha conseguido agigantar el grado de antipatía y le aguarda marejadas de inquina en cada estadio ajeno que pise, luego tendrá más mérito si encima logra el triunfo.

Que el Real Madrid se ha convertido en un equipo rudo y duro, un peleas implacable que no claudica y también sabe competir con determinación en el ambiente más hostil.

Que el Barça, de juego más preciosista y con un entrenador inteligente y versallesco, cae en consecuencia más simpático que la horda blanca contra la cual dirimirá irremediablemente el título de campeón.

Que a Messi, cuando le zarandean, se levanta y sigue a lo suyo, sin desplegar un mal gesto. Fascina con su fútbol, y cuando marca un gol lo celebra con natural alegría, cuidándose mucho de no herir la sensibilidad del rival y por eso nos cae mucho mejor, de aquí la Lima, que Cristiano.

Y además el Barça anuncia gratis en su camiseta el lema de UNICEF, mientras el equipo merengue hace propaganda de una casa de apuestas cobrando un pastón.

Así están las cosas cuando el Real Madrid se apresta a recibir la próxima jornada al Athletic, justo una semana antes del choque intergaláctico con el Barça. Teniendo en cuenta que el Madrid en el Bernabéu es despiadado con el contrincante sólo cabe añadir: ¡Ay amá!

Por si acaso, García Macua ha puesto el grito en el cielo, y más abajo en el despacho de Ángel María Villar, de estirpe rojiblanca y patrón plenipotenciario de los árbitros, clamando contra estos, que al parecer le han cogido ojeriza al Athletic y se ensañan con los muchachos.

El arranque sandunguero de Macua, a coro orquestal con Caparrós, forma parte del ritual futbolístico cada vez que se produce una mala racha con la grey arbitral, pero no ocurre a la inversa, o sea, cuando los colegiados tienen la fortuna de pitar o equivocarse a favor de corriente. Además de la demagogia que implica la maniobra (¿acaso insinúa Macua que Villar quiere el mal del Athletic?), la deriva de Velasco Carballo en San Mamés sirvió para que un partido anodino y sin más historia que el habitual gol del apolíneo Fernando Llorente y la pifia recobrada en el lanzamiento de los penaltis terminara con tintes de épica, con el personal sobrecargado de adrenalina y al final del subidón, más contento que unas pascuas por conseguir vencer al Almería con nueve fieros leones. Pensándolo bien, ¿acaso Macua no debería haber dado las gracias al obtuso colegiado madrileño?