En el país que va de los tres a los diez años hay un plato predilecto, el rey de todas las mesas infantiles: la burger cangreburger. Cualquier lector que sobrepase esa edad y que no conviva con pequeños en casa no conocerá tan suculento manjar, especialidad de El Crustáceo Crujiente, la casa de comidas que regenta Don Cangrejo en Fondo de Bikini, con Calamardo al frente de la caja registradora. Ellos se lo pierden porque el rey del reino de Clan, Bob Esponja, borda el plato. En cualquier capítulo de estos le dan tres estrellas de mar al local y la cangreburguer se sirve con espuma de uña de percebe y columpio de algas en góndola de ostras con madreperla. ¡Hummm!
¿A qué viene esta paranoia?, se preguntará más de un lector (eso en el supuesto de que tenga más de un lector...) descolocado. Es una cuestión de simetría, dado que Zierbana se convierte, al otro lado del océano (es decir, fuera de la mar...), en el Crustáceo Crujiente de este fin de semana. Será el reino de los caparazones, domiciliado en 13 Rue del Percebe. No por nada, se anuncia que catorce toneladas de marisco correrán por sus venas en sólo dos días. Son curiosos los poderes del langostino, la centolla y el gambón: una población de 1.500 habitantes se multiplica por cien en apenas unas horas, hasta que todo el suelo del municipio se alfombre de cáscaras. A la inversa que en el milagro bíblico, los peces provocan la multiplicación de los hombres. Debe ser cuestión del fósforo que corre por sus venas.
El milagro no es tanto semejante concentración de los divinos hijos de la mar sino la posibilidad de que una pareja mueva el bigote y se chupe los dedos por apenas treinta euros, lo que sale cualquier hamburguesa bien combinada con su ración doble de patatitas fritas, su coca cola, su pastel de postre y el café de sobremesa. Comparar a esa criatura del fast food con los bienaventurados animales de roca debiera estar condenado como sacrilegio, por mucho que se proclame la libertad de gustos y de cultos. Ignoro si hay alguien capaz de arrodillarse ante un bocadillo de mortadela o de peregrinar en pos de cuatro lonchas de chopped. Ahora bien, si no tuviese otra consecuencia que el manicomio, más de uno levantaría un altar a dos kilos de percebes.