Esas cosas las hacía Romario y las hace el Kun Agüero, o el grandísimo Messi, delanteros con las piernas cortas, musculadas, el centro de gravedad bajo y mucho ingenio y arte, y no atletas longilíneos, de tranco largo, como Javi Martínez, que está encasillado como un centrocampista de contención, etiqueta puesta para describir a un tipo de futbolista de baja estirpe. Obreros a destajo con el encargo de tapar y destruir el juego del rival porque supuestamente carecen de luces para empresas mayores. Así es también el multidisciplinar Javi Martínez, que anotó al Almería un gol de bandera, el tercero, una filigrana que bien podría servir como epitafio al viejo San Mamés.

Recordaremos ese gol del bravo jugador navarro per saecula saeculorum, y pronto nos olvidaremos del primero, también obra suya, de cabeza y probablemente más importante a efectos prácticos: abrió el camino de una victoria valiosísima para el Athletic, pues sirve para reafirmar que lucha con pulso firme por una plaza europea, sugerente meta que mantiene encandilada a su afición.

Lo cierto es que Javier Martínez, futbolista inclasificable, que combina un físico impresionante y mucha clase, marcó a fuego un partido plácido para las huestes rojiblancas, donde Toquero volvió a seducir a la grada por su alta prestancia; Gabilondo, fiel a la costumbre, provocó irritación fallando lo inimaginable y al rato lograba la enmienda con un soberbio gol. Marraron, según hábito, otro penalti, aunque Llorente tampoco se fue de vacío en una tarde sumamente cómoda, donde el Athletic impuso claramente su jerarquía, como en los viejos tiempos.

En eso tuvo algo que ver Juanma Lillo, técnico del Almería, que sacó un once revolucionario pensando más en el Real Madrid, su próximo rival, y los focos mediáticos que atraerán la cita, así que se llevó su merecido castigo por listillo.

Del otro lado, a Joaquín Caparrós no se le ocurrió otra cosa que sacar al campo al taciturno Fran Yeste en los minutos de la basura y el pueblo soberano, aletargado por la goleada, se despertó de su modorra recibiéndole mayormente con pitos, circunstancia que sin duda respaldará las pocas ganas que tiene la directiva rojiblanca de renovar el contrato del fino estilista.

Quién lo iba a decir: el espíritu de Messi sobrevoló encarnado en Javi Martínez San Mamés con sus efluvios mágicos, los mismos que el auténtico duendecillo argentino desplegó la víspera en el Santiago Bernabéu demoliendo los cimientos del faraónico imperio futbolístico que Florentino Pérez trata de construir para colmar su inconmensurable ego personal. A mí me dio un poco de pena Cristiano Ronaldo, tan acicalado como estaba, hasta en el mínimo detalle, para lucir su espléndida estampa, sabido que el clásico lo iban a ver en todo el mundo y conocido que las puñeteras cámaras son capaces de captar hasta si hay cera pegada en las orejas. El peinado de Ronaldo salió incólume de la empresa, de lo bien fijado que estaba, no así su inconmensurable yo, sojuzgado por ese vivaracho de Messi, que con esa pinta de arrabalero sólo sirve para encandilar con el balón y ganar títulos, pero no para vender perfumes o ligar con Paris Hilton, como hace él.

Con el Madrid-Barça mostrado hasta el hartazgo, para mí el auténtico clásico estaba en Tenerife. Ha vuelto, efectivamente. Le creía jubilado, y como tal convertido en leyenda rojiblanca; santificado y camino de los altares según corresponde al artífice de las últimas hazañas protagonizadas por el Athletic. Pero Javier Clemente no puede. Se resiste a dejar el oficio que otrora le llevó a la gloria; tanto que no tiene escrúpulo alguno para ejercer de enterrador oficial de un cadáver, el Real Valladolid.