Vaya por delante la felicitación a la tropa rojiblanca por la victoria lograda el pasado lunes frente al Racing de Santander, pues al margen de los tres apetitosos puntos conseguidos tuvo una dimensión de carácter social de suma importancia.

Con las vacaciones de Semana Santa en perspectiva, imagínense lo que hubiera sido para los millares de vizcainos que invaden la bella Cantabria durante estos días soportar las consecuencias de una derrota.

Aguantando la coña marinera del paisanaje, con las ganas que nos tienen; que si nuestro Sergio Canales es más guapo que vuestro Julen Guerrero, ¿de verdad que aspiráis a clasificaros para Europa?, y otras chanzas semejantes, silenciadas de raíz con aquella electrizante victoria.

Sergio Canales no marcó en la Catedral y desde luego el destino no tuvo a bien regalarnos la morbosa hipótesis de haberle metido ayer un gol al Real Madrid, su próximo equipo, que a la postre hubiera provocado la pérdida del título de Liga.

Canales coincidió en El Sardinero con Marcos Alonso, hijo del ex jugador del Atlético de Madrid y del Barça del mismo nombre; y nieto del legendario Marquitos, futbolistas ambos surgidos en la cantera cántabra. Marcos debutó con el equipo blanco y compartirá con Canales las tribulaciones del ogro madridista.

El Real Madrid, sin embargo, no estaba para zaranzajas ni romanticismos. Se limitó a destripar sin piedad al Racing, dejándole al borde del abismo en la despiadada carrera que mantiene con el Barça por ganar la Liga.

También por eso fue de suma importancia el triunfo del Athletic sobre el Racing, teniendo en cuenta la misión imposible que asomaba en lontananza: el Camp Nou.

Porque los muchachos acudieron al estadio azulgrana con la misma predisposición con la que los gladiadores salían al coliseo romano: Clamando, ¡Ave César! los que van a morir te saludan, y saludaron sin complejos, y sin complejos acabaron bien muertos y descuartizados.

Fue premonitoria la primera jugada, cuando Susaeta emprendió una veloz galopada en solitario con el balón controlado y, vislumbrando la posibilidad de marcar, se frenó casi en seco buscando el arrope de un compañero, como diciéndose, ¡o cielos!, ¡qué estoy a punto de cometer...! Marcar un gol, nada más y nada menos criatura, que a lo mejor habría trastocado la mezquina mentalidad de un equipo derrotado de antemano; y la chulería altanera de Pep Guardiola, que montó un Barça B frente al Athletic mostrando un desprecio palmario hacia su contrincante.

Lo malo es que a Joaquín Caparrós le dio un ataque de entrenador y también decidió inmolarse de vísperas, por ejemplo dejando en el banquillo a Toquero, sin duda uno de los jugadores rojiblancos más en forma e incisivos; apostando por el juego exterior o el toque-toque en vez del balonazo y tentetieso, según reza su habitual guión, y sacando inopinadamente a Llorente del campo para poner en su lugar a Iturraspe.

Así que Llorente, Gurpegi y los demás remataron mucho, pero sin convicción alguna, y para cuando se dieron cuenta del pastiche que tenían enfrente ya se habían tragado cuatro goles como cuatro soles. Marcó por fin Susaeta, y casi le entra la llantina. Antes hubo tiempo para que el pipiolo Jeffren lograra su primer tanto con la zamarra azulgrana; Puyol ejerciera de Alves e incluso de Xavi, enviando un preciso pase a Bojan en la tercera diana blaugrana; o que Messi, misericorde, se conformara con anotar sólo por una vez.

(¡Confesión! Yo también, hombre de poca fe, me aposté un brebaje a que el Athletic perdía, cediendo victoria y empate a mi entusiástico retador).