Antes que nada: Para mí que el socio del Athletic que miccionó sobre los hinchas del Anderlecht en el partido del otro jueves lo hizo con el buen ánimo de apagar las bengalas encendidas por la zona. La bengalas, como todo el mundo sabe, son peligrosas, están prohibidísimas y si entraron en San Mamés fue por mala diligencia en los controles de acceso. Mear al prójimo encima tampoco es que sea muy decoroso, pero en los estadios tampoco se permiten botellas ni de plástico para llevar agua bendita, así que el socio rojiblanco que orinó quizá no es un cerdo y beodo descerebrado, sino que no tuvo otra cosa a mano para ejercer de improvisado bombero.
Hay que darle cuartelillo al chico, no vaya ser verdad que tuviera buenos propósitos, o a lo peor tenía un apretón inaguantable y, puesto en faena, decidió encochinar a los belgas por incendiarios. De momento se sabe que el tío se ha hecho famoso por guarro, y no porque quisiera emular al Manneken Pis con la sana intención de hermanar con sus caldos las ciudades de Bilbao y Bruselas; o por su gesto de probo ciudadano con el asunto de las bengalas.
Lo único cierto es que el agüita amarilla del pollo y los desmanes posteriores resumieron el partido en un titular-sentencia: Vandalismo en Bilbao. Así lo propalaron las televisiones, obviando el resultado de choque o la trascendencia del mismo.
Para desgracia o por fortuna, al gorrino del pis le salió ese mismo día un competidor mediático poderosísimo que casi tapa su protagonismo. Se trata de un Hércules de la decencia mundial. Aquella cosilla con bigote que apareció junto a Bush y Tony Blair en las Azores declarando la guerra a Irak y desencadenando la matanza de decenas de millares de inocentes o inspirando el atentado del 11-M: con sólo elevar un dedo se convirtió en noticia universal.
Efectivamente, Aznar, mandando a tomar pol culo en Oviedo a un grupo de incómodos estudiantes, desbordó con su enorme y ejemplar meada los orines de San Mamés, o la posterior batalla que entablaron tan ricamente hinchas de uno y otro bando sobre el amplio césped de San Mamés.
Hemos asumido con normalidad la ausencia de vallas alrededor del perímetro de juego, pero habrá que recordar, precisamente ahora, que semejante impunidad, amén de la mala diligencia de los servicios de seguridad, es fruto de la tragedia ocurrida en el estadio Heysel de Bruselas el 29 de mayo de 1985, poco antes de la final de la Copa de Europa entre el Liverpool y el Juventus, cuando 39 aficionados murieron aplastados contra las alambradas.
A causa de éste y otros dramas amamantados por la irracionalidad que encontró en el fútbol un fácil refugio se quitaron las vallas de los estadios, y también se pusieron medios técnicos para poder detectar a picha flojas como el que decidió mear sobre las cabezas de sus semejantes, sean belgas o de Zaratamo.
Fue tan desolador el jueves europeo que resultó especialmente grato que el reencuentro del Athletic con la Liga tuviera un nombre: Gaizka Toquero. A los dos minutos puso en marcha su descomunal despliegue físico robando al Tenerife el balón sobre la defensa rojiblanca. A los 16, prácticamente liquidaba el partido provocando un penalti y la expulsión de Culebras. Un penalti lanzado sin vacilar y transformado en gol (¡albricias!) por el gran Llorente.
A partir de ahí, tranquilidad, buenos alimentos y la inmensidad de Toquero, aquí y allá, anotando con clase el segundo gol y llevando el sosiego absoluto a las gradas, salvo en el espacio reservado a Joaquín Caparrós, donde el entrenador seguía eléctrico, pero sin posibilidad de contagiar sus nervios al personal.
Toquero celebró el tanto pasando la mano sobre la cara, un gesto que recuerda a los tenistas cuando piden una toalla para quitarse el sudor de la frente. O al parabrisas de un automóvil. Es como si el jugador quisiera decir: frotaros los ojos de incrédulos, pero soy verdad.
Y realmente es verdad. Como todo el mundo sabe, Toquero representa el triunfo del futbolista humilde, pero sincero: no tengo la clase de Ronaldo y soy consciente de mis limitaciones, pero me entrego sin concesiones. Toquero hizo posibles también el tercer y cuarto gol.
Que grande eres, Toquero.