La Real Sociedad cumplió el pasado jueves cien años oficiales de existencia. Aunque fundada meses antes, la fecha se fijó el 11 de febrero de 1910 por abolengo, pues fue entonces cuando Alfonso XII concedió el prurito de Real al club de esta hermosa ciudad, entonces refugio veraniego de la nobleza, con el susodicho rey al frente. Luego, con la II República, se quitaron de encima lo de Real como quien se quita un pecado en el confesionario para denominarse Donostia CF, aunque a finales de los años treinta retomaron el título palaciego, que tan bien luce al parecer, y así pasen cien años.
Y otros cien más, y a ser posible en Primera División. Felicidades al club txuri urdin, cuya parroquia festeja el aniversario encantada de la vida. En Segunda, eso sí, pero con el espíritu purificado tras purgar las miserias que le llevaron al descenso y aceptar su poquedad. La conmemoración les alcanza además tras el acuerdo con los acreedores concursales, que acaba con año y medio de intervención judicial y la amenaza de la desaparición; compartiendo el liderato de Segunda con el Hércules y con ocho puntos de colchón sobre el cuarto clasificado. Después de vencer al Nàstic con un gol de su portero, el chileno Bravo, que tiró una falta a instancias del entrenador, el uruguayo Martín Lasarte, el balón se coló por entre las piernas de los rivales y entró en la portería. Un gol de churrete que termina con una mala racha y reflota la fe en el ascenso.
Porque el Athletic, sinceramente, necesita a la Real en Primera para recuperar el sabroso ceremonial del derbi; o tocarles la moral de vez en cuando; y la cantera (últimamente floja) siempre que sea posible, pues como todo el mundo sabe el Athletic es por vocación y necesidad la selección de Euskadi (o de Euskal Herria, ¡barkatu!, pues ya se sabe que en este país por una cuestión semántica te montan un boicot en toda regla con la subsiguiente manifestación).
Eso de las semántica tiene procelosa hondura e interpretar sus significantes, ni te cuento. Por ejemplo, en el acta del Villarreal-Athletic. El árbitro Clos Gómez escribió sobre la expulsión de Pablo Orbaiz: "tras la segunda amonestación, tiró del cabello a un contrario. Tras ello, me cogió el brazo impetuosamente en señal de disconformidad...".
¿Pero cómo le va a tirar del cabello si Marcos Rubén, el teórico agraviado, apenas tiene pelo? Y la impetuosidad, ¿le dejó algún cardenal? ¿Acaso pinzó las articulaciones provocándole una súbita congestión arterial? ¿Es Clos Gómez una delicada florecilla o un bizarro aragonés? ¿El Comité de Competición le meterá un buen puro al mozo navarro o será semánticamente menos atildado y puntilloso? ¿El famoso Villarato ampara también al Athletic, teniendo en cuenta el paisanaje de Villar?
¿Y la tarjeta roja al entrenador Joaquín Caparrós por "salir corriendo detrás del jugador local expulsado (Godín) de manera agresiva y con ánimo de recriminarle una acción anterior"? ¿Qué quiere decir? ¿Que mascar chicle con frenética dentellada constituye una amenaza? ¿Y si a lo mejor quiso pedirle perdón al tal Godín, en plan buen rollo?
Lo cierto es que antes del partido y el ataque de nervios final el asunto de la semántica también tuvo su miga. Mientras Juan Carlos Garrido, técnico del Villarreal, se puso muy digno y se expresó con visión apocalíptica, ("estamos en puertas de hacer una temporada mediocre o de hacer historia" o "el partido ante el Athletic es el más importante de la temporada"); nuestro Caparrós se limitó a decir: "confío en la posibilidad de dar un pasito" en la clasificación. Es decir, una fruslería de mensaje, que luego se interpreta como se interpreta: con desgana y cortedad de miras. Así no se va a ninguna parte, Caparrós, quien además debió sacar antes a Munian, que con ese gesto altivo y de gallo desafiante que tiene, y desde que anuncia botas en plan starlette, cada vez se parece más a Cristiano Ronaldo. Nuestro Ronaldinho salió eléctrico al partido, se ofreció en cada jugada al compañero y buscó, hasta encontrar, un penalti que pudo cambiar el sino del partido, a los muchachos quitarles esa rabia absurda que sacude a los malos perdedores y que dejará consecuencias; y al propio Caparrós la "cara de bobo" que, según dijo, se le quedó.
Y ahí si que no le falta razón.