Hacerse viejo es ahogarse en la dejadez del dejar de aprender, porque hacerse a sí misma como persona y comunidad, la escucha, la capacidad de soledad compartida y de asesinar el tiempo impuesto, la alegría y el sentido del humor, saber dosificar y parar a tiempo, son claves del saber vivir.
Sin embargo, según Epicteto, el error del anciano es que pretende enjuiciar el hoy con el criterio del ayer y, decía La Rochefoucauld, que la vejez es un tirano que prohíbe, bajo pena de muerte, todos los placeres de la juventud. Claro está que el premio que recibimos por dedicarnos a perdurar es la decrepitud, que a las personas mayores no les duele la vida, les duelen los huesos y, sobre todo, que no nos olvidemos que pobre, mujer, migrante y además anciana tiene todas las papeletas para un envejecimiento precoz. Pero todo ello no es óbice para entender que no se trata de cuánto, sino de cómo se vive, que ningún tiempo pasado fue mejor y que los placeres se pueden disfrutar de muchas maneras en cada momento vital.
Pero, por si alguien aún no se ha dado cuenta, tu tiempo de vida es limitado, como decía Jobs, así que no lo desperdicies viviendo la vida de otros. Si lo que realmente quieres es rejuvenecer constantemente, haz caso a Agatha Christie, y cásate con una arqueóloga; cuanto más viejo te hagas, más encantador te encontrará.