Estoy viendo en Catalunya muy poco miedo y sí muchas risas y mucha repulsa contra el gobierno de España tras conocerse, gracias a las investigaciones divulgadas por The New Yorker, que desde 2017, o antes, el CNI espiaba a unos líderes independentistas que gobernaban una Generalitat ganada con lealtad ante el electorado, pues habían hecho públicas sus intenciones mucho antes de las elecciones. Veo muy poco miedo, o nada, porque tras las condenas, los exilios y todas las represiones sufridas, no será un espionaje lo que acobarde a unos catalanes que quieren conquistar un futuro sin la tutela de España. Veo muchas risas porque, a pesar del espionaje masivo, esos mismos espías no localizaron ni una sola de las urnas que miles de partidarios del derecho a decidir sí consiguieron colocar en todos los colegios electorales de Catalunya para recibir cientos de miles de papeletas de votación, mientras los policías del Estado, rabiosos ante tanto fracaso, apaleaban a los votantes. Y veo mucha y muy justa repulsa porque, durante las mismas fechas de 2017 en las que el CNI dedicaba tiempo y dinero de nuestros impuestos para espiar a unos líderes catalanes de quienes no se conocía la menor violencia, un informante del mismo CNI llamado Abdelbaki Es Satty preparaba, sin que nadie le molestara, los atentados terroristas de Las Ramblas y Cambrils, matando a 15 personas e hiriendo a 131 más.