Cuando, vencida, acabe su acoso esta pandemia, no sé por cuánto tiempo va a seguir en nuestros pensamientos como recuerdo que ya forma parte de nuestra realidad vivida, que ya es nuestra experiencia. Cuánto vamos a poder reflexionar y discutir de cosas importantes, de la vida y la muerte, del bien y del mal, manteniéndola al margen, olvidando este marzo de domingos inexistentes, sin meros planes de ocio en los espacios libres, sin campos deportivos que nos marquen, asumida la alarma, sin recibir en casa a nuestros familiares. ¡Tanto tiempo vivido en ciudades vacías, con silencios triunfantes y miedos transparentes! ¡Tanto tiempo acogida una imagen del mundo, de este mundo de hoy tan diferente al de hace escasos meses, que se abate humillado en los huecos del alma! Las y los profesionales sanitarios, esa línea de paz uniformada, mantienen la bandera de victoria en el aire mientras diagnostican los grados de contagio, mientras curan a miles de pacientes, mientras defienden en nuestros hospitales a cientos de infectados que necesitan ventilación asistida, cuidados en la UCI, y están solos, sin el ansiado consuelo familiar al lado. La nieve de finales de marzo no vino a jugar con nuestros niños. Mientras, el virus parece estar llegando a su ascenso más alto.