La semana pasada vi la escena. De un portal de una calle de Indautxu sale un perro atado a una de esas correas extensibles, correa que casi provoca la caída de la única señora que caminaba en ese momento por la acera. Unos metros después de la correa, sale el dueño del perro, un hombre algo mayor y con cierta cojera que no entiende que la señora le increpe por llevar así a su perro. Poco después, el hombre cruza la calle por el medio, para ahorrarse unos metros de caminar hasta el paso de cebra, y debido a su lento paso hace frenar a un ciclista y a un coche que circulaban por la calle correctamente y a los que el señor ni ha visto. El ciclista hace un gesto de resignación y sigue pedaleando. Y por fin, cuando el hombre llega a la otra esquina de la calle, otro ciclista se sube muy despacio a la acera vacía, salvo por el señor con su perro que estaban a unos cuantos metros, para llegar a un portal donde se baja de la bici. ¡Ay! Qué a gusto se quedó el señor insultando como un loco al pobre ciclista por invadir así su acera, cosa que está prohibidísima como todo el mundo sabe.