Había un burro a cuyo dueño, más burro que el animal, se le ocurrió racionar el pienso que le daba para comer. Empezó por un día a la semana de ayuno. Al ver que el asno estaba aparentemente bien, le fue aumentando los días sin alimento, hasta dejarle ya sin comer nada, nunca. El burrito, claro, se murió de hambre y el dueño, tonto, pensó: ¡Qué pena! Ahora que se estaba acostumbrando a trabajar para mí sin comer nada. Por eso, si nos quitan el 1,6%, luego el 0,5%, después las extras y luego más, son tan animales -con perdón- que pueden seguir recortando todo. Por eso hay que quejarse, que el que no llora no mama y, a lo peor, acabamos como el burrito.