Cada uno conoce perfectamente los ruidos, los aires, los movimientos de su propia casa y la de los vecinos; de su calle y alrededores. Lo mismo les ocurre a los trabajadores de la tierra. Conocen mejor que la palma de su mano los vientos, las nubes, el ruido de la sabia, del sol, de la luna y de los planetas. La diferencia está en que es mucho más difícil entender a los vecinos y la calle que a los elementos naturales. La naturaleza es humilde y honesta, nunca te engaña. Lo único que hay que hacer es escucharla y dialogar con ella para acompañarla. Yo le tengo un respeto sacramental. La calle suele ser ósea, cenicienta, verde como un muerto y ruidosa como una fiesta de borrachos. Los vecinos, el paraíso de la salacidad. Por el contrario, la naturaleza, si la miras con buenos ojos, es la sonrisa perfecta.