Desde que se inventaron las urnas, la verdad política es lisa y llanamente una cuestión de matemáticas. Son los votos libres de los ciudadanos los que van indicando el trocito de verdad de cada grupo político. En consecuencia, nadie puede ser el intérprete único de la realidad política en la que vivimos. Es igual que cuando nos acercamos con el coche a una rotonda. Ningún conductor se siente propietario de la carretera sino que cada uno debe ceder el paso al conductor de su izquierda para facilitar la circulación y la seguridad vial. ¿Por qué no aplicamos este sencillo invento a nuestra crispada vida social y política de nuestros pueblos? Los principios de cada grupo son absolutamente legítimos pero sin pragmatismo y diálogo solo existe una utopía incapaz de transformar la vida social de nuestros pueblos.