El día 4 de mayo se disputó en Orduña el partido de fútbol 7 de alevines entre el C. D. Orduña y la S. D. Ariz, de Basauri. Hasta allí nos desplazamos jugadores, entrenadores, padres y madres con ganas de disfrutar viendo pelotear a nuestros chavales. Fue un partido bonito con grandes jugadas y, a pesar de que la fortuna nos sonrió a los visitantes, estuvo muy igualado. Pero me gustaría contar por qué recordaré siempre ese partido con una sonrisa. Arbitraba un colegiado alto y delgado como un junco, con gesto severo y determinado en el rostro. Durante el primer tiempo de 20 minutos el guardameta visitante tuvo que encajar cinco goles. Supongo que por rabia o impotencia, iniciado el juego de nuevo tras el quinto gol, el portero de 11 años lloraba y se sorbía los mocos, de pie, atento al juego y decidido a defender su portería. Esta situación no le pasó inadvertida al árbitro, que pitó para parar el juego, corrió hacia la posición del muchacho, le cogió la cara, le dijo unas palabras que no pudimos oír y le abrazó. El niño se recompuso un poco y se reanudó el juego. Muchos le gritamos: “Muy bueno, árbitro” o “Gracias” y él se encogió de hombros diciendo: “Hombre, son niños”. Hay gestos y acciones que merecen una mención y creo que este es uno de ellos. No sé cómo te llamas, árbitro, pero espero que sigas muchos años pitando en esos campos donde, además de deportistas, se forjan personas. Gracias.