El pasado 8 de septiembre, en un programa nocturno de Radio María se vertieron críticas -como de costumbre- contra el nacionalismo, llegando a afirmar repetidas veces que “un católico no puede ser nacionalista”.

El reducido espacio de esta sección no me permite explayarme en razones y argumentos contra el antinacionalismo de la citada emisora (y de la mayoría de la gente de este país). Pero miren ustedes, señores antinacionalistas cristianos: Es de todo punto imposible imaginarse a un Jesucristo antinacionalista, criticando o tratando con desdén, desagrado o falta de cariño a su idioma arameo, a su cultura israelita o a la identidad terrenal de su país. Al contrario: su amor a la lengua materna, su observancia de las leyes y costumbres patrias; sus frecuentes alusiones a la historia de Israel, su magnetismo para con las multitudes; su -atención- nula adulación al poder romano... le harían sin duda, tener fama de lo que hoy llamaríamos nacionalista.

Y es que, aunque duela a muchos, lo que esta lejos de Dios no es el nacionalismo -el bueno, el noble, el natural, el entrañable, o sea, el de verdad-, sino el antinacionalismo hostil, desamorado y negacionista.