Es un buen ejercicio de civismo cumplir ciertas normas elementales de convivencia en espacios colectivos públicos. En efecto, el atrio de la Alhóndiga no puede convertirse en merendero de niños. Al igual que en el metro, no se puede comer, beber, molestar... Normas que, por cierto, en el suburbano, algunos ignoran. Las minúsculas advertencias por pictoramas son poco visibles. Lo molesto es tener que recordarlo en casos de incumplimiento y que encima se hagan los ofendidos quienes transgreden estas normas lógicas. Lo curioso es que en casita, todos somos más cuidadosos.