YA es oficial: la formación de un Gobierno en España depende exclusivamente de un referéndum a la escocesa en Catalunya. Si Mariano Rajoy lo consiguiera después del primer varapalo previsible recibido ayer, y siempre a partir de las elecciones vascas y gallegas, supondría que los barones del PSOE habrían entendido como una franquicia inasumible el peaje de los dos partidos soberanistas catalanes y así voltear para siempre el insondable propósito de Pedro Sánchez de liarse la manta a la cabeza con una alternativa próxima a 180 escaños. Es la misma amalgama de partidos e ideologías que afeó al líder del PP la escasa consistencia renovadora en materia de regeneración democrática y modelo territorial y socioeconómico que representa su oferta del pacto del Gatopardo, apelativo que recibe el acuerdo con Ciudadanos en feliz ocurrencia del reflexivo y posibilista líder de Compromís. Esta frentista división del actual Congreso aflora un inquietante antagonismo político, mucho mas enrocado si cabe después de la hiriente dialéctica de esta doble pero sugerente sesión y que, en todo caso, augura una difícil convivencia.

Bien es cierto que Rajoy ofendió el martes a todos los defensores del derecho a decidir con su vibrante moralina sobre la unidad de España. Pero sabía que introducía la manzana de Eva en el epicentro del auténtico debate de fondo. Consciente de que la sombra de la independencia de Catalunya dinamita internamente al PSOE y, sobre todo, enardece a sus barones, el presidente en funciones alertó intencionadamente sobre su viabilidad en el supuesto de que Sánchez se arme de valor y de temeridad para sondear un gobierno alternativo que pasaría irremediablemente por la concesión a ERC, Podemos y la ex-Convèrgencia de una reforma de la Constitución que posibilite un referéndum. Por esa senda se llega a la solución que acabaría con el socorrido recurso de unas terceras elecciones que nadie dice querer pero que asoman por la intransigencia y el inmovilismo que han adornado este primer intento fallido para investir a Rajoy.

Por todo ello, tiene mucho más sentido práctico una reunión del Comité Federal del PSOE para que le marque por última vez las pautas a Sánchez que interpretar los resultados de los comicios vascos y gallegos del 25-S. A pesar de que Rajoy cerró con un canto de esperanza al acuerdo su despedida nada agresiva al portavoz del PNV, lo que rápidamente fue interpretado por medios estatales como una puerta al diálogo futuro, la confrontación exhibida entre Aitor Esteban y el candidato exhibió demasiados territorios refractarios. Además, por encima de las diferencias siempre prolijas sobre cifras, cupos y presupuestos que ambos políticos se cruzaron, la convivencia de PP con Ciudadanos -tan ridiculizada por su vaguedad entre los restantes grupos- hace imposible un hueco para el PNV, alarmado seriamente por una galopante recentralización que asfixiaría, sin duda, la esencia del nuevo status que propugna el lehendakari Urkullu.

Hasta que llegue tan esperado desenlace, tampoco previsto para la protocolaria votación de mañana, solo cabe esperar a que el PSOE mueva su árbol. Cuando ya se cumplen 305 días con un Gobierno en funciones y sin que acepten sus miembros explicar las decisiones que van tomando como les criticó Esteban, la presión se acumula sobre los socialistas porque es difícil quitarse de encima el dedo acusador de que su legítima posición no es otra cosa que un bloqueo. Pero Sánchez está profundamente irritado con la figura que simboliza Rajoy por el peso que arrastra la mochila de su gestión con mayoría absoluta, suficiente, cree junto a su entorno más cercano, para desoír la oferta de un pacto en ocho temas de reconocida envergadura. Y este enfado no lo oculta incluso exhibiendo el desprecio parlamentario de no escuchar el turno del partido gobernante, como lo habían hecho horas antes más de 50 diputados populares antes de que Pablo Iglesias diera el primero de sus estremecedores mítines, donde salvo su grupo nadie quedó indemne. Cabe la duda, eso sí, de que el líder socialista prefirió ahorrarse los dardos envenenados de Rafael Hernando, todo un símbolo del mejor pirómano con su verbo hiriente cuando se trata de apagar fuegos o de acercarse voluntades. Tampoco parece importarle mucho al PP porque mantiene la teoría de que se ha ganado el derecho en las urnas del 25-J a investir y con urgencia a su presidente, y que así lo deben entender los demás partidos si no quieren asumir riesgos como la aventura de un referéndum en Catalunya o la cita electoral navideña. Para ambos casos, Rajoy, muy rocoso y socarrón ante las avalanchas de ayer, les advierte de que pueden salir más trasquilados que ahora.