Permítanme un test de esos que discriminan la generación. Si yo les digo: “Gitana, que tú serás / como la falsa moneda…” sigan ustedes la letra de la canción de Juan Mostazo Morales, autor también de la bien pagá o la de échale guindas al pavo que queda ya tan cerca de las navidades como aquella Encarnita Polo acelerada y pop. Perdón que me pongo coplera y no es cosa aún. Me quedo con eso de la falsa moneda que pasa de mano en mano y todo el mundo permite por lo tanto el fraude, hasta que alguno se la quede. Es una metáfora de la sociedad que vivimos, y lo tengo tan claro que no me explayaré hoy en esta columna que abre ya el periodo invernal. Al fin y al cabo si lo de la lotería lo venden ya desde julio y las luces están ahí, derrochonas, desde comienzos de diciembre, no sé por qué los columnistas no podemos ya, a semana y pico de la fecha en concreto, vestirnos un poco para la ocasión, poner cara bonachona y todo eso. Pero con monedas falsas, esto es, sabiendo que todo este hiperglucémico mundo del buen deseo es pura filfa, nos lo comemos porque es más sencillo hacerlo que parecer un amargado o salirse del cuento y hablar de la realidad. Es como en Siria: todo el mundo jalea el fin de la dinastía del sátrapa pero como si Iris o Daesh no hubieran existido nunca, como si los jugadores del Risk geopolítico no hubieran ya calculado qué peones perderán y qué otros engaños escamotearán en ese mercadeo.

Cuando esa economía que parecía colaborativa, de ceder servicios y tiempo para el uso de las demás personas se ha convertido ya en la nueva herramienta del capital de siempre en forma de repartidores falsos autónomos o alquileres turísticos que defraudan todo lo que son, cuando hasta el trueque queda ensombrecido de dudas, me dirán cómo no estar todo el día con la falsa monea en la cabeza.