A ver, que levante la mano quien no pensó, ante las imágenes de los caudales desbocados por la dana, que nadie debería salir de casa en esas condiciones por no arriesgarse a perder el empleo. Bastante que estemos dispuestos a dejarnos la vida por salvar el coche. Ahora tenemos permiso climático –con el bautizador cruzaría yo unas palabras– pero no se sabe quién ha decidido que en cuatro días se supera una emergencia –a la vista está que no– y al quinto hay que volver a trabajar, ni que el coste de esa ausencia de mandato público lo debe pagar cada empresa privada. A veces, por correr no se llega antes.