Hace unas cuantas columnas, afirmé aquí mismo que, sin restar para nada importancia a las elecciones vascas y catalanas en las que ambas comunidades decidían sobre su futuro inmediato, donde de verdad nos vamos a jugar el futuro, desde un punto de vista estratégico y más a largo plazo, es en las elecciones europeas.

En estas elecciones, Europa ha de optar por más cohesión que le permita adoptar decisiones de forma más eficaz y competir en mejores condiciones un mundo cada vez más multipolar y acelerado, u opta por un parlamento complicado e inicia un proceso hacia atrás o incluso de lenta desintegración. Todo un punto de inflexión. Por ello nos jugamos mucho en estas elecciones. Trivializar estas elecciones con claves de política interna es, por tanto, desviar el debate en unas elecciones en las que no se juega nada en clave estatal, por mucho que algunos deseen lo contrario. Los propios partidos políticos tienen parte de culpa en ello. Por ejemplo, en Francia, Marine Le Pen plantea que las elecciones europeas son una suerte de plebiscito contra Macron, y el resto entra al trapo, y con eso se distrae del foco de las mismas, que van de otras cosas más relevantes.

Lo que nos jugamos es si vamos a tener una Europa –mejorable, sí– pero basada en derechos y orientada a los mismos, buscando igualar el nivel de su cumplimiento en toda la UE y que esté mejor preparada para afrontar un siglo XXI que últimamente se anuncia cada vez más sombrío, o si volvemos a la Europa que llegó al siglo XIX con soberanías nacionales que desembocó en las guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX.

La baja participación puede beneficiar, a priori, a quienes quieren que vayamos hacia atrás.

No seré yo quien se atreva a decir por quién ha de votar cada cual, que ya somos todos mayorcitos. Siempre he pensado que en toda elección, la abstención siempre beneficia a la peor opción.

Creo que este es el caso especialmente en estas elecciones europeas del próximo 9 de junio.

@Krakenberger