Quizás con nuestros sesudos análisis periodísticos contribuyamos, en ocasiones, a que el personal de a pie no entienda qué pasa en el interior de las instituciones. Retorcer el argumento hasta el punto de hacer vencedor al vencido es un ejercicio de puro funanbulismo que deja en quien escucha o lee un poso de incertidumbre. Lógico. ¿Se puede ser ganador sin haber vencido?. La pregunta la lanzaba esta semana un tertuliano radiofónico a cuenta del debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo, que acabó en fracaso al no poder armar una mayoría suficiente como para convertirse en presidente de España. No deja de ser curiosa la óptica bajo la que, después, interpretamos este o aquel momento político. Porque, según parece, el candidato popular salió vencedor de un debate en el que no logró que algún partido político modificase su posición inicial y le apoyase. Para otro momento dejamos que los dardos, -el palo y la falta de zanahoria que diría el jeltzale Aitor Esteban-, no es la herramienta más adecuada para tener más amigos. Es mejor el diálogo, el acuerdo y, sobre todo, la coherencia, imposible de practicar junto a Vox. En Euskadi, el Parlamento vasco aprobó el jueves la Ley de Memoria Histórica Democrática -con el apoyo de todos los partidos excepto PP, Vox y Ciudadanos- que busca restituir la dignidad a las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo desde 1936 hasta 1978. Casi cincuenta años después de la caída del régimen fascista, sus víctimas son las vencedoras. Han ganado una batalla que parecía imposible. Irónico que esta victoria coincida con la derrota del candidato a la presidencia del PP, un partido en el que hay todavía demasiados portavoces tibios ante el régimen. La Historia recoloca a cada cual y nos deja en el año 2023 y para la posteridad una nueva una fotografía, la de otros vencedores y un nuevo vencido.